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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Los Juegos de la crisis

Brasil debe aprovechar la oportunidad olímpica para salir de la depresión

Los aros olímpicos, sobre una imagen de Río de Janeiro.
Los aros olímpicos, sobre una imagen de Río de Janeiro.JEWEL SAMAD (AFP)

Como cada cuatro años, unos Juegos Olímpicos como los que anoche comenzaron en Río de Janeiro son motivo de celebración, no solo deportiva, sino también cultural y social. Este espectáculo global permite a las naciones aparcar diferencias y enemistades para admirar a los 10.600 atletas que compiten por 918 medallas en 42 modalidades deportivas. También son habitualmente una gran oportunidad para que los países y ciudades que los organizan refuercen su imagen en la escena internacional, tal y como demostró el exitoso caso de Barcelona en 1992.

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Pero el Brasil que acoge la 31ª convocatoria olímpica no es el mismo que ganó la candidatura frente a Madrid, Tokio y Chicago hace siete años. Aquella nación pujante, que creaba riqueza y eliminaba pobreza a pasos agigantados, es hoy un país sumido en una grave crisis política y cautivo de una recesión galopante. Nada queda de la euforia que mostró el expresidente Luiz Inácio Lula da Silva, del Partido de los Trabajadores, al saber que los Juegos serían en Río. El anfitrión es hoy un presidente en funciones, Michel Temer, que sustituye temporalmente a Dilma Rousseff, apartada del cargo mientras se la juzga por maquillaje fiscal.

Los brasileños están desmoralizados y enfadados. Según las encuestas, más de la mitad se opone a la celebración de estos Juegos, al considerar que no van a beneficiar al país. No se les puede culpar, inmerso como se encuentra Brasil en una particular crisis de identidad, con estallidos constantes de casos de corrupción que afectan a todos los partidos, en el Gobierno y en la oposición. Ese derrotismo ha tomado en parte Río, con el temor de las autoridades y los medios locales de que la Villa Olímpica no fuera habitable, de que las infraestructuras no se acabaran a tiempo, de que la inseguridad ciudadana espantara a los atletas.

No es extraño que los Juegos sean marco de tensiones no estrictamente deportivas (ninguna tan dramática como la matanza de 11 atletas israelíes a manos de terroristas palestinos en Múnich en 1972). Este año flota en el aire el miedo a un ataque del Estado Islámico: el Gobierno brasileño ya detuvo en julio a una red que supuestamente planeaba un ataque. También inquieta a los participantes la epidemia del virus del zika, que puede obligar a retrasar el embarazo durante el contagio al causar microcefalia en el feto. Otros problemas son directamente antideportivos, como el enorme escándalo del dopaje masivo que ha afectado a un elevado número de atletas rusos.

Muchos son los factores externos que pueden provocar problemas en esta gran cita deportiva, y Brasil no está en su mejor momento para hacerles frente. El Gobierno ha pecado incluso de sobreactuación al destinar numerosos efectivos militares para acompañar a la llama olímpica en su ascenso al famoso Corcovado. Los dirigentes, en todo caso, deberían aprender de experiencias anteriores y aprovechar esta oportunidad para buscar salidas a la crisis moral que oprime a la sociedad y encontrar de nuevo la senda de una recuperación política y económica que acabaría beneficiando a toda América y al resto del mundo.

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