Los hijos, esa excusa perfecta
Gracias a los niños puedes permitirte placeres culpables que quedan mal en adultos responsables
He caído. He cazado varios pokémon. Y lo peor es que lo he hecho con nocturnidad y alevosía, en los 15 minutos de caminata hasta la redacción a las seis de la mañana. Y en vez de ese yuyu que me da cuando detecto un movimiento por las calles a esas horas, he venido mirando el móvil por si aparecían bichos e incluso parándome varias veces en medio de un polígono solitario y a oscuras para atraparlos. Pero tengo excusa. Es que había descargado la aplicación mi hijastra (¡qué fea suena aún esta palabra!) veinteañera para probarla. Y claro, también tengo que saber en qué está metida.
Los hijos, sobre todo cuando son pequeños, son una fantástica fuente de excusas para esos pequeños placeres culpables que nos da cierta vergüenza reconocer como adultos responsables. Como encargados de velar por su salud, tenemos que evitar que coman demasiadas chuches, pero está feo tirar las decenas que se acumulan de todos los paquetitos-regalo de los cumpleaños. Seguro que no soy la única que ha vuelto a recuperar sabores de la infancia, como los pica-pica o los fresquitos, a escondidas, cuando los niños no miran. O que se ha terminado un Calippo que ya no querían, aguantando la risa al recordar eso de "lo aprietas y sube, lo dejas y baja".
¿Y qué me decís de picotear medianoches de jamón york en los cumpleaños, o de rebañar las sobras de puré de frutas cuando son bebés, o tragarse los nuggets mordisqueados del menú infantil? Bueno, quizás esto último sea yo sola, con mi complejo de camión-de-la-basura.
Los niños también son la excusa perfecta para alguna que otra gamberrada, o más bien niñería que yendo sola o con otros adultos quedaría fatal. Por ejemplo, para saltar a bomba a la piscina y salpicar de paso, aunque sin querer, a esa vecina que te cae mal. O para tirarte por un tobogán gigante de esos nuevos parques tan chulos que hacen en algunas ciudades. O para pintarte las uñas de colores alternos. O para patinar sobre hielo. O para planear un viaje a Disney. O para ver dibujos como Buscando a Dory, El pequeño reino de Ben y Holly o los dibujos de Gumball. O para comer pizza mientras volvemos a ver en la tele Cazafantasmas o Aterriza como puedas (y descubrir que son muy políticamente incorrectas y que dicen una cantidad enorme de burradas que no entendiste en su momento y que, por suerte, tus hijos tampoco entienden ahora).
Lo malo es que estas excusas tienen fecha de caducidad. En unos años, quizá, tener hijos me sirva para volver a hacer botellón y bailar hasta las tantas. O mejor los encierro bajo llave en casa.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.