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Columna
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Voy a intentarlo

Rosa Montero

Exactamente cinco días después del deprimente Brexit recibí un e-mail de la empresa encargada de la promoción de la alcaldía londinense, London & Partners, preguntándome si me interesaría publicar en España un artículo escrito por su director general, Gordon Innes. El texto, traducido ya a nuestra lengua, explicaba con apasionado énfasis por qué Londres sigue siendo un destino global para los negocios, a pesar del desenlace del referéndum. El mensaje me dejó turulata, porque no tengo ninguna relación con London & Partners, ni con el alcalde de Londres, ni con Gordon Innes. Lo cual, unido al hecho de que tampoco dispongo de ningún medio en el que publicar el artículo, me hace pensar que han debido de mandar el texto a voleo a decenas de personas (a miles en todo el mundo en diversos idiomas), urgidos por un ataque de aguda desesperación que comprendo muy bien. Londres, mi amada Londres, cercada por las hordas retrógradas de su propio país y lanzada sobre una cáscara de nuez al furioso mar de la incertidumbre.

Ya se sabe que, tras el inesperado resultado, diversos medios publicaron que muchos ciudadanos pro-Brexit se habían arrepentido de su voto. La revista norteamericana Slate recogía tuits y entrevistas de tipos perplejos que decían que creían que no iban a ganar y que lamentaban haber votado de ese modo, y al parecer el día siguiente al referéndum cuestiones como “¿Qué va a pasar tras la salida de la UE?” y una desconcertante “¿Qué es la UE?” estuvieron entre las preguntas más googleadas en Reino Unido. Supongo que los partidarios de la permanencia están intentando ridiculizar a los ganadores y exageran el número de ignorantes y de arrepentidos. Pero lo innegable es que el Brexit ha vencido gracias a los votos de la gente mayor y proveniente de los pueblos más deprimidos. Me temo que la mayoría, en efecto, no debe de tener ni idea de lo que es la UE y que votaron por rabia ante su propia situación y sus carencias, por la sensación de que nadie les hace caso (de todo esto tiene en parte responsabilidad Europa) y por el peligroso populismo de unos políticos que les hicieron creer que la culpa de todo la tienen esos extranjeros de la UE y los emigrantes. Tras el Brexit se han multiplicado los ataques racistas y xenófobos en Reino Unido. Estamos mal, muy mal. Recordemos que el nazismo triunfó en Alemania porque la sociedad se encontraba económicamente exhausta tras el Tratado de Versalles y el crash mundial de 1929. Y también entonces buscaron chivos expiatorios.

Pero lo peor de todo esto es que esa ignorancia y esa irracionalidad política no son algo privativo de los británicos. Me asombra y desconsuela que el ser humano haya sido capaz de llegar a logros intelectuales y científicos tan tremendos como deducir un probable comienzo del universo hace 13.800 millones de años, o predecir las ondas gravitacionales y cien años después desarrollar una tecnología capaz de detectarlas, y que al mismo tiempo su nivel emocional siga siendo tan voluble, insensato y atrabiliario como el de los primeros pobladores de las cavernas. En nuestra vida ciudadana nos movemos por impulsos tribales, elementales. Por furibundias varias y sectarismos tenaces. ¿Nos parecen irresponsables los que han votado el Brexit? Yo misma caigo en esa irresponsabilidad, en esa frivolidad, diez veces al día; basta con que se me caliente un poco la boca al discutir, basta con que la pasión anegue y asfixie mi cerebro. Los humanos tenemos el corazón de yesca y ardemos enseguida.

Me gustaría que fuéramos capaces de aprender del Brexit. Y no hablo sólo de las enseñanzas políticas que deben extraerse, como la de construir una Europa más cercana al ciudadano y menos al servicio de los poderosos. No, la enseñanza que busco es más importante. Sueño con una sociedad en la que todos nos esforcemos en reflexionar cada una de nuestras decisiones sociales. En la que procuremos estar por encima de la banalidad y los prejuicios. Einstein decía que para ser un buen científico hay que pensar durante una hora al día lo contrario que uno piensa. Creo que para ser un buen ciudadano también habría que hacer lo mismo. Yo voy a intentarlo.

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