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CONCURSO

El astrónomo cazavampiros

'Materia' desafía a sus lectores a resolver este cuarto desafío científico, que acompaña a la biblioteca 'Descubrir la ciencia'.

Willem Dafoe en un fotograma de la película "La sombra del vampiro"
Willem Dafoe en un fotograma de la película "La sombra del vampiro"AP

A una apartada aldea de los Cárpatos llegó una noche de luna llena un viajero, cargando a su espalda con un voluminoso y pesado estuche cilíndrico de cuero con remaches metálicos. Después de inquirir a un par de lugareños, que lo miraron con recelo, se instaló en la taberna, donde se dispuso a dar cuenta de un guiso de caza, un vaso de vino y media hogaza de pan.

Mientras el extranjero cenaba en silencio, escuchó casualmente los cuchicheos de un grupo de parroquianos que bebían cerveza detrás de su espalda. No acertaba a distinguir su conversación, pero supo que hablaban de él. Sólo pudo reconocer una palabra que los aldeanos pronunciaban con especial sonoridad, casi de una gárgara: strigoi. Súbitamente, el viajero comprendió a qué se debía la extraña decoración de las ventanas y las paredes, exageradamente recargadas de crucifijos.

Aprovechando que el tabernero se acercaba a rellenarle el vaso de vino, el forastero le interrogó sobre la calamidad que asolaba a aquellas gentes. Al tabernero apenas le costó unos segundos vencer su resistencia para informarle de que un vampiro, residente en un castillo cercano, reclamaba para sí periódicamente la vida de algún habitante del pueblo.

El viajero experimentó una familiar sensación de déjà vu: no en vano, pensó para sí, deben de contarse por cientos los relatos de terror gótico que comienzan exactamente del mismo modo: aldea de los Cárpatos, viajero que llega, lugareños recelosos y grupo que cuchichea sobre el fastidio que supone protagonizar cientos de relatos idénticos donde nunca falta el pelmazo del forastero que llega inopinadamente haciendo preguntas idiotas.

Resuelto, el viajero se alzó de su silla y anunció a todos los presentes que él les libraría de aquella temible lacra. ¿Pero cómo?, preguntaron los lugareños. Por allí habían pasado los cazadores de vampiros más célebres, incluido el mismísimo Van Helsing, y todos ellos habían fracasado. Pero yo no soy un cazador de vampiros, les reveló el viajero, alzando su estuche cilíndrico. ¿Qué llevaría allí?, se preguntaron todos. ¿Estacas? ¿Un lanzador de estacas? ¿Un kit para fabricar estacas y lanzadores de estacas?

No soy un cazavampiros, sino un científico, anunció el forastero; astrónomo, para más señas, concretó mientras extraía del estuche un brillante telescopio. Ante lo cual, los lugareños, lejos de quedar impresionados, bufaron de hastío y regresaron a sus cosas.

—Pero hombre, ni ciencia ni ciencia —dijo uno de ellos, poniéndose en pie e identificándose como el médico de la aldea–. Aquí hasta el más tonto del pueblo tiene un máster por el Instituto Tecnológico de Massachusetts. Sin ir más lejos, yo estoy doctorado cum laude por la Facultad de Medicina de la Universidad de Harvard. Pero el problema es que está en nuestra naturaleza el ser supersticiosos. No podemos evitarlo, y el vampiro aprovecha esta debilidad.

—Y dígame, doctor —se interesó el astrónomo—. Ese vampiro, ¿cuáles son sus puntos flacos?

—¿Ha leído usted Drácula? —replicó el médico—. O al menos, ¿ha visto la película de Francis Ford Coppola?

—En efecto.

—Pues todo el pack, tal cual. El nuestro es un vampiro clásico de libro, sin fantasías. Ya sabe: crucifijos, estacas, la luz del sol... Todo eso.

—Interesante. ¿Ajos? No veo ristras colgadas, como suele ser habitual en todos los relatos góticos de localidades acechadas por vampiros.

—No, no, los ajos no. Verá, somos supersticiosos, pero como le he dicho, también somos gente de ciencia. Un estudio publicado en 1994 en la revista British Medical Journal por dos investigadores de la Universidad noruega de Bergen descubrió que las sanguijuelas, que los científicos empleaban como modelo a falta de vampiro, en efecto fenecían a causa del ajo, pero al mismo tiempo éste las atraía en lugar de repelerlas. Y no queremos atraer al vampiro.

—¡Ajá! ¿Sabe? Me está dando usted una idea. No se trata del ajo, sino de otra de sus debilidades. Creo que con un poco de lógica científica podemos vencer al vampiro. O al menos, darle una lección para que no pueda salir por las noches impunemente a molestarlos.

—¿A qué se refiere?

—La superstición ignora un hecho científico, relativo a la luz del sol, que convierte en absurda dicha debilidad. Ya verá, déjelo de mi cuenta.

Ya sabemos que los vampiros no existen. O para ser más rigurosos, hasta ahora no hemos tenido constancia fehaciente de ninguno. Pero salvando este detalle sin importancia, ¿en qué estaba pensando el astrónomo?

¿Cuál es la debilidad de los vampiros que no tiene ningún sentido desde el punto de vista científico? ¿Por qué sería un arma infalible para los cazavampiros?

Con esta pregunta en mente, te recomendamos que vuelvas a leer el texto. Escribe tu respuesta y explica su base científica. El plazo para responder a este desafío finaliza el domingo 7 de agosto a las 12:00 (hora peninsular española).

Respuesta correcta: Recordemos la tradición: los vampiros salen de noche porque la luz del sol los mata. Pero, de noche, la Luna puede reflejar alrededor del 14% de la luz solar que incide sobre ella. Por lo que, el astrónomo se tendría que limitar a exponer al vampiro a la luna llena, confiando en que esto sería suficiente para matarlo o, al menos, quitarle las ganas de volver a incordiar. El mito de los vampiros es tan ancestral, tan anterior a los conocimientos más básicos de astronomía, que por entonces aún ni siquiera se relacionaba el brillo de la luna con la luz solar.

Ganador: Rut Berges Pérez (Zaragoza).

;)

Finalizado

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