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Decen la pista de baile libre para los chicos del 'northern soul'

Aún viven los feligreses de la llama siempre encendida del ‘northern soul’, esa mutación ‘mod’ consagrada a la danza, la música negra y la ropa de vestir volteretas

Los chicos de Wigan (Greater Manchester) en 1974. Imagen perteneciente al libro ‘The Bag I’m in: Underground Music and Fashion in Britain 1960-1990’ (Cicada Books), de Sam Knee.
Los chicos de Wigan (Greater Manchester) en 1974. Imagen perteneciente al libro ‘The Bag I’m in: Underground Music and Fashion in Britain 1960-1990’ (Cicada Books), de Sam Knee.

Explican que cuando llegaba una invitación de Frank Sinatra para una de sus francachelas nocturnas, se pedía explícitamente al asistente que trajera gafas de sol.

Ese pragmatismo guiaba también a los feligreses del culto northern soul, colectivo de locatis de la música negra taquicárdica que nació en el norte de Inglaterra a finales de los sesenta. “Por eso llevábamos bolsas, porque una vez salías un viernes por la noche tenías todos los números para no volver a casa hasta el domingo a última hora”, explica Ian Dewhurst en el libro The soul stylists. En esa maleta de trucos convivían toallas, peines, polvos de talco para espolvorear las pistas de madera, camisetas de tirantes, polos Fred Perry de repuesto y una farmacia de píldoras propia de abuelos hipocondríacos. Una bolsa a menudo tachonada con parches de los principales clubes: Wigan Casino o Blackpool Mecca, entre muchos otros.

El northern soul era una especie de culto herético. Los sudorosos asiduos a las allnighters (fiestas de los seguidores del nothern soul) hablaban lenguas extrañas, bailaban extáticamente y comulgaban con las anfetaminas que fomentaban tanto esa glosolalia como esos pases de baile a medio camino entre Bruce Lee (uno de sus ídolos) y Jackie Wilson.

Chicas con gabardinas largas y cabellos cortos. Imagenperteneciente al libro ‘The Bag I’m in: Underground Music and Fashion in Britain 1960-1990’ (Cicada Books), de Sam Knee.
Chicas con gabardinas largas y cabellos cortos. Imagenperteneciente al libro ‘The Bag I’m in: Underground Music and Fashion in Britain 1960-1990’ (Cicada Books), de Sam Knee.

Los chicos del northern soul eran urracas: pinzaban sus discos en montañas de singles descartados del lustro anterior. Cuanto más barato, cuanto más tradicional formalmente pero desconocido o recóndito fuera, cuanto más se lo arrebataban al de al lado a codazos, mejor. Uno valía lo que valían sus discos y lo bien que bailaba. También lo audaz que vestía. La cosa empezó como otra mutación de lo mod, pero pronto se consagró todo a la comodidad y la plasticidad en el baile, premiando las camisetas imperio y los Oxford bags de perneras gigantescas que buscaban el revuelo de los pasos de baile. Todo el imaginario mod de polos italianos, adaptado a la competición atlética (camisetas con el nombre del bailarín) y a la libertad de movimiento. Muchos, incluso, se enguantaron los puños en cuero como los atletas black power.

Aún ahora aparecen esos bailes y looks en vídeos de Duffy y de John Newman, en anuncios y en películas sobre esta subcultura de motor turbo alimentada con anfetas (no se bebía, como mucho cerveza) que conserva un circuito de fiestas maratonianas. Y les laten los corazones como estampidas de potros al ritmo de los temas más acelerados y sus dientes castañetean como el ruido de las teclas de mi portátil al deletrear la última frase de este artículo escrito con una de sus canciones de fondo: Blowing my mind to pieces.

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