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Álvaro Giménez Cañete, el capitán estrella

El astrónomo habla por teléfono en su despacho.

Una corbata en la que caben infinitas constelaciones. El color azul marino representa el cielo; el amarillo dibuja los trazos de las estrellas. El dueño de esta llamativa prenda no puede ser otro que un astrónomo con sentido del humor, un científico que vive su vocación desde primera hora del día, un marido que desatiende los consejos estilísticos de su mujer por amor a los astros. Se trata de Álvaro Giménez Cañete (Córdoba, 1956), director del programa de Ciencia y Robótica de la Agencia Espacial Europea (ESA), la división encargada de diseñar y lanzar los satélites para la exploración del universo. La misma de la que actualmente dependen misiones científicas tan relevantes como ­Ro­set­ta (la primera nave en reunirse con un cometa, abriendo así un nuevo capítulo en la exploración del sistema solar).

Este hombre afable gestiona un presupuesto de 570 millones de euros anuales (alrededor del 11% de los fondos de la ESA) y coordina el trabajo de 400 empleados repartidos entre España y Holanda. Su cuartel general, por el que pasa (“con suerte”) una vez por semana (el resto de días está en la localidad holandesa de Noordwijk, París o en cualquier otro punto del mundo), se encuentra en el Centro Europeo de Astronomía Espacial, en Madrid, organismo que también dirige. Rodeado de encinas y madroños, Giménez Cañete explica que su función consiste en supervisar los proyectos, comprobar que las misiones se hacen en “plazo y en coste” y garantizar que dan resultados.

Álvaro Giménez Cañete señala un póster del Instituto de Astrofísica de Andalucía y una maqueta espacial que hay en su despacho. / LUPE DE LA VALLINA

Ha llegado a las nueve. Como cualquier otro día, acabará su jornada a las seis. Apenas hace un descanso para tomar un café. De almuerzo, ni hablar. “Así evitas que la gente te cuente historias que no te interesan”, comenta en su despacho, decorado con varias maquetas de satélites, un mapamundi terrestre y otro del cielo. Esa fijación suya por observar mapas le viene desde pequeño. “En el colegio me encantaban la geografía y la historia. Con la primera exploraba nuevos mundos y con la segunda entendía qué pasaba”. Luego empezó a preguntarse por qué “se calientan o enfrían las cosas” o “por qué se forman los planetas”, y así acabó en la Facultad de Físicas de la Complutense. La siguiente inquietud de este alumno aplicado, hijo de un banquero y de un ama de casa, fue comprender “cómo funcionaban las estrellas”. Con su doctorado de Astrofísica bajo el brazo, se incorporó al Instituto de Astrofísica de Andalucía, en Granada. Su siguiente desafío sería fabricar telescopios. Le pilló tanto el gusto que acabó diseñando instrumentos espaciales en el INTA (Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial). En 2001 se hizo con el puesto de jefe del departamento de Ciencia del Espacio de la ESA en Noordwijk. Desde entonces, su esposa y él establecieron el que hasta hoy sigue siendo su particular ars amandi: vivir separados de lunes a viernes y compartir los fines de semana. Hace cinco años fue elegido director del programa científico, uno de los pilares de la Agencia Espacial Europea.

Desde que forma parte del organismo europeo ha tenido que anteponer la gestión a su pasión por la astronomía. “Pero creo que soy más útil para la ciencia haciendo administración. Porque no todos somos Einstein”. Disfruta “como un enano” con su papel de jefe de recursos humanos (“intento propiciar el mejor ambiente y recomiendo no ser esclavo del trabajo”). Hace poco estrenó su segundo mandato como director del programa científico. Este año toca revisar los presupuestos y “hay mucho en juego” como para cambiar de líder espacial en plena crisis europea. Giménez Cañete recuerda con orgullo: “Los ciudadanos tienen que saber que el dinero de la ESA no está destinado para saciar la curiosidad de cuatro científicos locos. Si no invertimos en nuestros cerebros, nos convertiremos en un parque temático”.

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