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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La factura del ‘Brexit’

Unión fiscal, mutualizar la deuda e inversión pública contendrán la crisis

La City prevé una caída de tipos en Reino Unido y un aumento de la inflación.
La City prevé una caída de tipos en Reino Unido y un aumento de la inflación.EFE

A pesar de los análisis complacientes de sus promotores, el Brexit ha tenido un coste muy elevado para las economías europea y británica. De forma inmediata ha causado una pérdida considerable de riqueza financiera, debido al hundimiento hasta una profundidad sin precedentes de los mercados de acciones; una subida de las primas de riesgo de los países más débiles de la UE; una depreciación considerable de la libra y la reconsideración inmediata de inversiones directas cruzadas entre el continente y la isla. El anuncio de desconexión es un trauma político convertido en pesadilla económica que exige soluciones rápidas y profundas.

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El shock inmediato no cancela los costes del Brexit. El shock puede absorberse a corto plazo (las Bolsas ya vuelven a subir, las primas de riesgo descienden), pero las expectativas a medio y largo plazo dicen al mercado global que la economía europea será más débil. Los cálculos aproximados indican que el comercio exterior caerá en torno al 10%, una tendencia dramática en una zona monetaria que debe liderar el comercio mundial; la negociación entre Londres y Bruselas provocará nuevos episodios de volatilidad; las expectativas de crecimiento caen, porque la desconexión política se produce en una fase de bajo crecimiento y poca creación de empleo, y porque el mercado pierde 65 millones de clientes potenciales; y el sistema bancario tendrá que pagar el coste derivado de una elevación de la morosidad potencial (por la ralentización del crecimiento) y, quizá, nuevas necesidades de capitalización.

Todos los factores mencionados pueden alimentar las dudas sobre la viabilidad del euro y retroalimentarse hasta concluir con nuevas deserciones políticas. Para hacer frente a esta situación, el remedio político más eficaz es que se anuncie con claridad quién será el líder europeo en las conversaciones con Londres. La claridad política exige que un país —con el apoyo de la tecnoestructura europea y el respaldo político de todos los miembros— defina las opciones de la Unión tras el Brexit y exprese la opinión consensuada de la Unión.

El BCE y el Banco de Inglaterra han actuado con la diligencia debida al garantizar la liquidez necesaria en ambos sistemas; pero el problema económico de la Unión no será, en adelante, monetario. Algunas decisiones son urgentes (revisar la tenencia de deuda por parte de los bancos). Otras, las más eficaces a medio y largo plazo para conjurar la secesión británica, coinciden con las medidas que debería adoptar el euro para superar la fase de estancamiento. Hoy es más urgente que nunca avanzar en la unión bancaria, mutualizar la deuda y acelerar la unión fiscal; hoy es más necesario que nunca un plan de inversiones (más eficaz que el de Juncker) para todos los países de la Unión. Y, como guinda, sería de gran ayuda una firma rápida del tratado con Estados Unidos.

El problema es que las soluciones de fondo no coinciden con los intereses políticos actuales de Alemania. Es una contradicción grave, porque solo Alemania puede cargar con el liderazgo europeo; pero, para ello, tiene que cambiar su discurso de austeridad y culpabilización de los países endeudados. Si Berlín no está en disposición de asumir ese liderazgo, la viabilidad del euro queda seriamente comprometida.

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