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Taciana Fisac: "Hay muchas Chinas dentro de China"

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José Andrés Rojo

TACIANA FISAC señala unos cuadros que cuelgan en la pared del salón de su casa en Pozuelo (Madrid). “Ahí empezó todo, con un viaje de mi padre a Asia en 1953”, comenta. “Esas acuarelas las pintó en aquellos días: ahí está Manila, eso es Hong Kong. No llegó a entrar en China. Pero fue entonces cuando le vino la genialidad de que la lengua del futuro era el chino. Y desde muy pronto me tocó aprenderlo. Nunca comprendí por qué no eligió el japonés, cuando es ese país el que de verdad tiene que ver más con su obra”. Su padre fue Miguel Fisac, uno de los grandes arquitectos españoles del siglo XX, si no el más grande.

Y el caso es que acertó: Taciana es hoy en España de las que mejor conocen a ese enorme gigante cada vez más omnipresente, pero todavía inmensamente ignorado, lejano, extraño. Ella fue la impulsora a principios de los noventa del Centro de Estudios de Asia Oriental en la Universidad Autónoma, donde llegó después de pasar por un puñado de grandes universidades: Stanford, Oxford, Leiden, Pekín (en la de Estudios Extranjeros ha sido nombrada catedrática honorífica). En la cátedra de Estudios de Asia Oriental de la Autónoma de Madrid sigue enseñando ahora aquella lengua y su literatura, y ha escrito trabajos muy distintos sobre China, traducido a sus autores y llevado su magisterio por muchos lugares.

¿Cuándo empezó a aprender esa lengua tan complicada? Debía tener siete u ocho años. Como no había entonces relaciones con la República Popular, mi madre buscó a alguien que me enseñara entre los que venían a estudiar de Taiwán.

¿Cuándo visitó por primera vez China? En junio de 1978, en el primer viaje oficial del Rey. Iba en el avión con todos los periodistas y trabajé como intérprete de la agencia Efe. No paramos ni un solo instante, fue agotador.

¿Volvió pronto? Era difícil que un español se instalara en China en aquellos años. Pero mi familia tenía muy claro que tenía que regresar y conseguimos que pudiera vivir una temporada en la residencia de la Embajada. Pasé entonces allí unos cuatro meses.

¿Qué fue lo que más le impresionó? La gente. Conocer a personas muy distintas que habían tenido vidas muy difíciles y complicadas. Tenían otro tipo de sensibilidad, seguramente por las terribles dificultades que habían soportado. Allí tuve una profesora, con la que congenié muy bien. Le preguntaba si no estaban hartos de tantos eslóganes políticos. La política lo llenaba todo, no se escuchaba otra cosa.

¿Quién mandaba entonces en China? El que estaba al frente del partido era Hua Guofeng, que sucedió a Mao cuando este murió en 1976. Era un momento de transición que duró hasta que Deng Xiaoping dio una especie de golpe interno y se hizo con el poder en diciembre de 1978.

¿Con quién trataba, quiénes eran sus amigos? Desde el principio me relacioné mucho con escritores. Era a quienes había que acudir para enterarse de lo que pasaba.

El impacto de la Revolución Cultural tenía que notarse de alguna manera. Sí, había terminado hacía pocos años. Por entonces, en China la gente vestía únicamente con ropa de tres colores. Verde para los militares; gris para los funcionarios y burócratas, y el resto de los trabajadores iba de azul. Solo se permitía que los niños llevaran prendas de distintos colorines. No tenían zapatos. Los llevaban de tela, esa especie de zapatillas negras. Te miraban los tuyos con verdadera envidia.

Taciana Fisac llenó un panel de caracteres chinos en la sesión fotográfica.

Una época muy dura. Tuve la fortuna de ir conociendo a personas muy distintas, y te hablaban de sus penalidades con una humanidad muy cercana. Te contaban que el etiquetado había causado situaciones dramáticas.

¿El etiquetado? Durante la época de Mao a toda la gente se le asignó una etiqueta. Si eras terrateniente, eras malo por definición; bueno si eras campesino pobre. Y si eras intelectual, sospechoso, porque los intelectuales suelen ser críticos. Hubo enfrentamientos muy graves. Como la familia y pertenecer a un clan es en China muy importante, el hijo de un terrateniente tenía ya marcado el estigma. Para quitarte la etiqueta tenías que enfrentarte a tus padres. Y durante la Revolución Cultural hubo padres que incitaban a sus hijos a que los vejaran para que pudieran salvarse.

¿Cómo fue la vida con su padre, una enorme celebridad de la arquitectura y una suerte de titán que fue capaz de inventarse de nuevo tantas veces? Formó parte de la plana mayor del Opus Dei y luego salió de la organización para casarse, y más adelante llegó incluso a abominar del régimen franquista: un hombre arrollador. Todos tuvimos en casa personalidades muy fuertes. Mi madre confiaba, por ejemplo, en que yo trabajara de intérprete, pero hubo un momento en que tuve que decidir cuál quería que fuera mi camino con el chino. Y, ya casada, me matriculé en Nápoles para estudiar lengua y literatura chinas. Después estuve en Stanford, regresé a España, obtuve una beca, empecé mi tesis sobre mujeres, literatura y sociedad en China.

¿Se relaciona con personas chinas en España? ¿Encuentra también historias tan potentes? Claro que las hay. Aquí, en cualquier caso, se asocia a los chinos con las tiendas de todo a cien, de todo a un euro, porque los que han llegado hasta ahora son gente desfavorecida y con un nivel cultural muy bajo. En otros países europeos se hicieron campañas para traer de China a los profesionales más brillantes para hacer cursos y másteres, y muchos se han quedado. No ha ocurrido nada semejante aquí, con lo que solo llegan personas muy humildes y la imagen que tenemos de China queda así distorsionada.

¿En qué sentido? Por referirme a un detalle, yo todas las nuevas tecnologías las he conocido antes en China. Suelo ir todos los años. Una vez quise comprar allí unos vídeos VHS y me terminaron regalando un reproductor de cedés, que en España no existían o que costaban muy caros. Llegaron las cámaras digitales, y la primera que tuve me la obsequiaron allí. Lo mismo con la primera memoria USB, y con todo. Hay un malentendido, creemos que China va por detrás. Y hay muchas Chinas dentro de China. Algunas nos llevan la delantera en muchas cosas. Al lado está Japón, y los chinos están atentos a cada innovación.

Las grandes ciudades están ya llenas de pequeñas motos eléctricas, que no contaminan, no causan atascos y son baratísimas. Y vas en tren y te fijas que hay placas solares en todos los tejados. Han hecho un enorme esfuerzo en apostar por la ciencia y la tecnología.

Tiene muchos amigos en China que son escritores, ¿cómo consiguió conocerlos? No tuvo que ser fácil. Muchos de los encuentros tuvieron un aire clandestino. Para llegar a alguien tenías que hacerlo a través de otra o de otras personas. Quedabas en un sitio con la amiga del amigo que te había recomendado. Esta te llevaba a otro lugar, donde estaba otra persona para conducirte a una de más allá. Es como si transfirieras la confianza y se fuera creando una red de complicidades. Hasta que, por fin, llegas al que buscabas.

¿Le facilitaban las cosas? Hay una ética de la reciprocidad que funciona bastante bien. Es verdad que puede operar en el buen y en el mal sentido. En mi caso siempre me ha favorecido. Y así, en otras épocas más difíciles, pude entrar en contacto con personas que no eran fácilmente accesibles. Conocí a Mo Yan, el premio Nobel, cuando era un joven desconocido para nosotros. Fui a visitar a una escritora muy joven, Tie Ning, y cogí el tren para ir a Baoding. Me acogió en su casa, comí con sus padres, terminé publicando sus relatos. Aquella joven es hoy la actual presidenta de la Asociación de Escritores de China.

Ha tenido que tener mucho tesón para ir consiguiendo sus objetivos. También influye la suerte. En los setenta, para saber lo que se estaba publicando iba a la fiesta del Partido Comunista que se celebraba en la Casa de Campo. Invitaban a una delegación de China, que traía unos cuantos libros que se exhibían en un mostrador. Un día que andaba ojeando lo que habían traído, se interesó por mí un señor muy amable. Era Wang Ruoshui, el director del Diario del Pueblo, el órgano del partido, y, además, era filósofo y muy conocido: andaba pensando entonces la conexión entre el marxismo y el humanismo. Me invitó al periódico, me contó cómo trabajaban, establecimos una relación.

El panel que escribió la sinóloga durante la sesión de fotos.

¿Ha cambiado la prensa? En aquellos años, el Diario del Pueblo no tenía mucho más de cuatro páginas y era pura propaganda. Ahora es más voluminoso, pero sigue trasladando la versión oficial, es el modelo, el punto de referencia. Hay, claro, otros periódicos más abiertos y revistas de todo tipo: de moda, de coches, de lujo. En esto, como en tantas cosas, China ha pasado por distintas etapas. Desde los Juegos Olímpicos de 2008 se ha vivido una cierta regresión. Xi Jinping ha establecido un mayor control sobre los medios de comunicación.

Una de las novelas que ha traducido que más éxito ha tenido es La fortaleza asediada, una historia sobre la China de los años treinta de Qian Zhongshu. Tuve la oportunidad de conocerle, y a su esposa, Yang Jiang, escritora de éxito antes de 1949 y autora de una de las versiones en chino del Quijote. Acaba de morir hace poco. Tenía 104 años.

Y, ahora, ¿tiene entre manos alguna otra traducción? Estoy terminando Los cuatro libros, de Yan Lianke, que a mi entender es una obra maestra. Es de las pocas novelas que abordan lo que sucedió en el periodo que se inicia en 1957 y termina después de las grandes hambrunas. En 1957 se hizo una gran campaña antiderechista y, en 1958, se inició el Gran Salto Adelante, la época de las comunas. Se lanzó a los campesinos a fundir hierro. Fue un fracaso enorme. Hubo zonas donde no había nada que comer y se estima que llegaron a morir alrededor de 30 millones de personas. Una cifra como 10 veces mayor al número de víctimas que produjo la Revolución Cultural.

¿De qué va la novela? Trata de un campo de reeducación, donde enviaban a la gente sospechosa de comportamientos antirrevolucionarios. Eran, sobre todo, intelectuales. Sospechosos, por tanto. Pero lo curioso es que eran comunistas convencidos, que querían colaborar con el partido. Su único defecto: que les habían pedido que fueran piezas de una máquina, como un tornillo del engranaje, y se atrevieron a tener una voz propia.

¿Hay mucho malestar en la China actual por la falta de libertades? En China cada año se producen miles de manifestaciones y movilizaciones y hay abundantes críticas contra el Gobierno. Los chinos se sentían hace un tiempo mucho más atraídos por las democracias occidentales que después de la guerra de Irak y de la crisis económica. Ahora miran y no les convence el modelo. A mí no dejan de preguntarme por las noticias de corrupción de España. Así que la democracia tardará todavía un poco. Pero de eso somos responsables todos. No hemos sabido proponerles un modelo atractivo: no hubo ningún lugar como China donde se conocieran mejor las torturas que perpetraron los occidentales en las cárceles de Irak. En China se contó cada una con pelos y señales.

La situación no es buena, en cualquier caso. Es muy fácil preguntarse cómo es que aguantan los chinos. Protestan bastante más de lo que la gente piensa. Y cuando llegaron a enfrentarse directamente al sistema, como en la plaza de Tiananmen en 1989, les sacaron los tanques. No es posible sacrificarse cada año y dar la vida por la democracia; por qué democracia, además. Con todo lo que ha pasado en el norte de África –en Libia, Egipto, y en Irak, en Siria–, se entiende mejor que la democracia no nace por generación espontánea. Hay que cultivarla y trabajar por ella. Y si hay lugares que desafortunadamente no tienen tradiciones democráticas, tampoco se puede llegar allí y, plaf, imponerla de un día para otro. Ahora muchos chinos están contentos con el presidente Xi porque ha hecho una buena limpieza de la corrupción. Pero, en fin, son iniciativas que también esconden luchas políticas. Están, de todas formas, mejor que en la época maoísta. Ya me lo decía hace años el autor de La fortaleza asediada cuando gobernaba Deng Xiaoping: por lo menos hay prosperidad. La tranquilidad y la estabilidad se aprecian mucho después de épocas tan convulsas. Durante toda mi vida escuché en casa criticar a Franco, mi padre era muy crítico con el régimen, pero todos vimos cómo murió tranquilamente en la cama. Aquí no hubo ningún levantamiento de las masas, que parece que es lo que se les pide a los chinos.

¿Cómo consiguió seguir adelante con el chino? Tuve la suerte de llegar de Estados Unidos a España cuando se estaba dando un impulso importante a la universidad. Pude conseguir una beca y una plaza de profesora. Hoy no sería posible. Conseguimos introducir los estudios de Asia Oriental en la Universidad Autónoma de Madrid.

¿Cómo fue posible poner en marcha una empresa tan poco ortodoxa? Porque me encontré con dos rectores que creyeron que el proyecto tenía sentido, Cayetano López y Raúl Villar. En uno de los viajes que hizo el primero a China lo abordé en una cafetería de su hotel. “Hay que hacer algo por China”, le dije. “¿Pero qué?”, me contestó. “Yo te puedo decir el qué”. Y así surgió todo. Lo primero que hizo fue darme un espacio. Ahora me doy cuenta de lo importante que fue eso.

¿Cuándo empezó todo? En 1990 o 1991. Tuve la suerte de estar en el momento oportuno en el lugar oportuno con las personas oportunas.

¿En qué anda hora? En demasiadas cosas, no tengo tiempo para nada. Ando con muchos más planes que tiempo. Por referirme a lo más urgente, quiero escribir un libro sobre por qué nos hacen el estudio de la lengua china más difícil de lo que es. Eso tiene que ver con las metodologías de enseñanza y con el propio desconocimiento de muchos profesores chinos mal preparados. Complican mucho el aprendizaje. Lo tengo a medias y debo rematarlo.

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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