Una lección desde Cataluña
Más que las adscipciones genéricas a una ideología cuentan los objetivos últimos


El fiasco del presupuesto de la Generalitat para lo queda de 2016 y la consiguiente inmersión en una moción de confianza del presidente catalán nos regala una lección para las elecciones del 26-J.
¿Cuál? La de que un enorme abismo separa a una mayoría aritmética potencial de una mayoría política articulada.
No basta con exhibir etiquetas presuntamente coincidentes: por ejemplo, la del independentismo. Una etiqueta no es una identidad. Está claro que Esquerra/Convergència, por un lado, y la CUP, por el suyo, defienden la secesión. Pero el espejismo de la política catalana desde las elecciones del 27-S (¡pronto hará un año!) ha resultado precisamente de la ficción según la cual la presunta mayoría numérica equivalía a una mayoría de gobierno. Ni la hay ni la hubo nunca.
Porque más que las adscripciones genéricas a una ideología cuentan los objetivos últimos. Estos colorean el trayecto, los modos y las concepciones sobre la lealtad mutua de manera profunda. Un secesionista antisistema económico (capitalista) y antiadscripción geopolítica (UE, Alianza Atlántica) sueña con un Estado frontalmente opuesto al del nacionalismo burgués, y al artesano. Lo frontal, como al fin se ha visto, no es ligero o parcial, pertenece al género de lo incompatible.
De igual modo, ¿sería viable la alianza de “las izquierdas” españolas? De un lado va la socialdemocracia, tan enterrada, tan de moda. De otro, la conjunción de perfiles social-radicales, populistas, comunistas y alternativos —enunciado todo ello a efectos descriptivos— cuyo mayor vector exhibe una identidad principal: la de estar en tránsito, en mutación.
De las nacionalizaciones, el antieuropeísmo y el repudio de la deuda de anteayer le queda cada vez menos, pero no sabemos de qué va a quedar más: quizá de un tipo de liderazgo poco poroso a las complicidades. Será difícil cuajar algo viable entre ambas “izquierdas”, incluso si sumasen. Tanto como entre las “derechas” en su estado actual: aquí, los conservadores; allá, los liberales.
Y aunque ambas salidas fueran posibles, ¿estamos seguros de que nos conviene una dialéctica frentista, polarizada, de bloque contra bloque, de clase contra clase, cualquiera que sea hoy el significado de esos conceptos?
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