La bomba
No hay que confiar en que los españoles vayan a seguir más tiempo aguantando recortes sin inmutarse y asistiendo impasibles al espectáculo de la corrupción y su impunidad


No hace falta ser premio Nobel de Economía para saber que la mezcla de austeridad obligada y corrupción es una bomba social, pero no está de más que un premio Nobel lo diga en público. Es lo que ha hecho esta semana en Valencia Angus Deaton, el economista británico-estadounidense profesor de la Universidad de Princeton y ganador de los más prestigiosos galardones por sus análisis sobre la pobreza, la desigualdad y el Estado de bienestar durante la reunión del jurado de los Premios Jaime I, del que forma parte. “Cuando uno pide esfuerzos a la población tiene que ser muy riguroso para no soliviantar a la gente”, añadió, poniendo el dedo en la llaga de la impunidad de la corrupción en una ciudad que precisamente ha sido durante años uno de los paradigmas de ella.
Que la bomba social no haya estallado en España es uno de los misterios que todavía hay gente que no se lo explica. La solidaridad familiar y la emigración han atenuado, según algunos, el impacto del terremoto económico que se ha llevado por delante gran parte del bienestar alcanzado durante las décadas de prosperidad anteriores, pero eso no explica del todo que un país lacerado por el desempleo, por la pobreza creciente y por los casos de corrupción no haya vivido episodios de violencia social más allá de tres o cuatro casos aislados. La madurez de la sociedad española de la que tanto hablan los políticos cuando les interesa va a ser verdad. O eso o que los españoles estamos ya hartos de enfrentamientos después de una historia tan cruel y violenta como la nuestra.
No hay que confiar, no obstante, en exceso en que la bomba social que la austeridad y la corrupción unidas han ido creando en estos últimos años no pueda estallar de repente ni en que los españoles vayan a seguir más tiempo aguantando recortes sin inmutarse y asistiendo impasibles al espectáculo de la corrupción y su impunidad. La conga de los corruptos alcanza ya tales proporciones que cualquier día va a darle la vuelta al país. Conviene, por ello, que los partidos políticos, independientemente de los escaños y de los votos que obtengan en las nuevas elecciones que se acercan, se tomen el peligro en serio y afronten de una vez por todos el gran problema de España, que no es otro que el de la inmoralidad común. Que el partido más votado según todas las encuestas vaya a ser el más afectado por casos de corrupción indica hasta qué punto la sociedad española se ha acostumbrado a ésta, pero eso no garantiza, ni mucho menos, que un día no se harte y prenda fuego a la pirotecnia.
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