A mi inevitable enemigo
SEGÚN Castilla del Pino, el escalafón de los intelectuales en cada momento debe establecerse en relación directa con el número de enemigos que tienen. A veces estoy a punto de envanecerme por la cantidad de mis abucheadores, pero me baja los humos recordar su calidad. Sin embargo, no quiero ponerme demasiado difícil: a los amigos puede uno elegirlos, pero en cuestión de enemigos hay que resignarse con lo que nos toca en la pedrea. Además, merecen gratitud por la atención que nos prestan: los amigos se distraen, nos han oído las genialidades mil veces, están un poco hartos de nosotros; la devoción de los enemigos, en cambio, nunca falla, no hay tropezón nuestro que no saluden con deleite y cuando se hace esperar lo inventan generosamente. Confieso que no les devuelvo este celo, porque no acabaría nunca. Cuando alguien me grita “¡fascista!” por la calle, lo tomo como cuando mi madre me llamaba “guapo” de pequeño (luego no se atrevía ni ella): un desbordamiento de entusiasmo.
Con usted, señor enemigo, voy a hacer una excepción. Después de todo se ha molestado en escribir todo un libro firmado y rubricado, en lugar de limitarse a berrear anónimamente en la Red como la mayoría, de modo que merece un respeto. Me ha dolido un poco, la verdad, que me mezcle en su panfleto con otro centenar de réprobos, algunos de los cuales son amigos queridos y admirados, pero otros, francamente… En fin, no quiero empezar con tiquismiquis. Y más cuando usted enseguida nos reprocha no ser capaces de encajar bien las críticas. Nótese la rara astucia del reo: si para desmentirle en ese punto te callas, otorgas en todo lo demás; si llamas al que cocea y rebuzna por su nombre, eres demasiado picajoso. Prometo no quejarme más que lo justo.
Su libro pertenece a los de la ilustre estirpe del padre Ladrón de Guevara, cuya lista de Novelistas malos y buenos tanto divirtió mi adolescencia: el impío Baroja, Rubén Darío, que era “muy malo en ideas y moral”; La Regenta, “llena de porquerías, vulgaridades y cinismos”, y mi entrada preferida: “Galdós: búsquese en Pérez cuán malo es este autor”. Ahora los pecados son otros, claro. El mío, tener la desfachatez de considerar el separatismo el peor problema de la ciudadanía en España, algo que a usted no le causa ni frío ni calor. Una obsesión de los chicos del 78 que intenté argumentar pero sin éxito: agravé mi caso por empecinamiento. Pues nada, “Savater: búsquese en Fernández cuán malo es este autor”.
Enemigo mío, es usted un fiero jabalí de la izquierda que no da una a derechas, la que estuvo de cuerpo presente y mente ausente en la pintoresca puesta de largo de su libro en Madrid. Un presentador dijo que los colaboradores de la prensa de referencia escriben lo que les manda la empresa; sentada en primera fila, su mujer, torrencial novelista, pero también columnista del periódico más referencial, no protestó: por lo visto es ella quien se lo ha contado, generalizando indebidamente lo que será su caso particular. Como todo jabalí, usted es corto de vista y ataca a cuanto se mueve, creyendo que le cierra el paso. Pero por muchos colmillos que le eche, al jabalí más feroz siempre se le nota su parentesco con los demás cochinos. Inevitablemente suyo,
Fernando Savater.
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