Una lista de compras
Escasean alimentos en Venezuela, y en España no hay un día en que falten noticias sobre excesos cometidos por gobernantes
Ayer fui a comprar alimentos de la cesta básica para enviar a mi padre en Venezuela. Armado de una lista y de mi amiga Adriana junto a su mamá Sofía, fui hasta un mercado al por mayor en lo más profundo de Miami. Curiosamente, ese día mi padre recibía un homenaje como exdirector de la Cinemateca Nacional de Venezuela, honrando su capacidad de conservar centenares de documentales y películas ligadas a nuestra identidad cultural. Los alimentos se comen o deterioran, el celuloide perdura con la ayuda de personas como mi padre.
El cine ha sido un alimento esencial de mi vida, quizá por eso me resultó cinematográfica la peripecia con Adriana y su madre, Sofía Imber, una de las mujeres más reconocidas en el mundo museístico americano, fundadora del Museo de Arte Contemporáneo de Caracas. En los años 80, Sofía y yo subíamos la montaña de El Ávila, pioneros en una actividad deportiva senderista que se convirtió en moda en nuestra ciudad. “Ahora somos de los primeros en ir a recolectar alimentos en almacenes al por mayor en el suroeste de Miami”, me dijo, con una benévola sonrisa para que me viniera arriba y dejara de pensar en el desastre que ha causado todo esto. El almacén se llama Costco y tiene más de 200 pasillos que miden cuatro metros de altura, repletos de alimentos. Detergente orgánico o convencional, leches de todos los sabores, paquetes de harina para abastecer a una panadería, mantequillas y jamones. Desodorantes y hojillas de afeitar. Por un momento pensé en si el comunismo no tendría razón en acusar al capitalismo de someterlos al hambre quedándose con todos los bienes.
Vi la lista de mi padre repetida en otros venezolanos: aceite, medicinas, atún. Ninguna fruslería, como esos dulcísimos chocolates gringos. Arroz y champú. Éramos unas 100 personas, lista en mano, rodeados de sobreabundancia, buscando llenar unas cavas que viajarán vía marítima hasta Caracas en diez días. En mi ciudad de origen, se ha creado una industria alternativa: los buscadores de alimentos a los que llamanbachaqueros, en referencia al macho de la hormiga roja, conocidos por sus habilidades para el almacenamiento. En Costco me convertí enbachaqueroen dólares. Y cuando acudí a los que operan el envío, constaté que ese era también otro empleo derivado de la crisis alimentaria del gobierno venezolano: por 90 euros resuelven un mes de comida en una ciudad que, cuando yo era pequeño, presumía —a Caracas siempre le ha gustado mucho presumir— de disponer de los mejores restaurantes de Sudamérica y de que en las casas de clase acomodada se podían comer dietas estadounidenses, noruegas, chinas y libanesas, porque todos los países del mundo querían nuestro petróleo y a cambio nos permitían disfrutar de sus viandas.
Byron, el encargado de la gestión, me explicó que comenzaron como una oficina de importación de coches. Cambiaron los vehículos por ordenadores y terminaron llevando cocinas y neveras. Y al final, alimentos. Mi papá me dijo: “Un poco de justicia poética, tubachaquerose llama Byron”.
Escasean alimentos en Venezuela, y en España no hay un día en que falten noticias sobre excesos cometidos por gobernantes o sus hombres de confianza. Chaves y Griñán, Zipi y Zape, han hablado y callado. Lo último de la Púnica ha sido la lista de la compra de Francisco Granados, cabezas de toro, relojes Cartier y putitas de confianza, como si fueran cosas que van naturalmente juntas en una zarzuela como esta. En el caso de Granados también era aspiracional, solo trataba de imitar mirando hacia arriba. Y ahora se le acusa, además, de mal gusto. La vida de excesos es así, cuando recalificas el primer terreno entras en una dimensión distinta acompañado de joyas ridículas y de putas de confianza. Eros y Tánatos.
En cuestiones de gusto, en Miami todo puede suceder. En el Hotel Mandarín, Antonio Banderas y Ágatha Ruiz de la Prada presentaban al alimón la Miami Fashion Week. Banderas aprovechó para caldear el ambiente con su colección de ropa masculina, para la que ha tomado cursos en la prestigiosa Saint Martin´s School. Rodeado de los micrófonos de las televisiones hispanas de Estados Unidos que le preguntaban sin cesar cuál era su logo, el actor y diseñador señaló dos rayitas bordadas en su pecho. “¿Qué son?”, husmearon los periodistas. Y Antonio pareció asombrarse de que no se entendiera el guiño. “Banderas, mi logo es mi apellido”. Dijo sin dejar una puntada suelta. Y agregó: “La ropa es la expresión más sincera de tu forma de ser”.
Repasando cómo se vestían Granados, el presidente Chavesy el presidente Pujol, pues la verdad es que a Granados se le notaba más su forma de ser.
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