Al inicio, fue la sequía…
No se puede establecer una relación causal entre conflictos y cambio climático, pero los fenómenos relacionados con él agravan las crisis
—En algunos momentos de 2009, el río Orontes bajaba con tan poco caudal que las famosas norias de Hama, construidas en el siglo XII, dejaron de moverse. Fue uno de los peores años para el campo en Siria: unos 250.000 agricultores y sus familias se vieron obligados a dejar sus tierras y marchar a probar suerte a la ciudad. ¿El culpable? La sequía que desde 1998 afecta al llamado creciente fértil de Oriente Próximo y que, según un estudio de la NASA, es la peor de los últimos 900 años.
En una Siria en la que, entonces, la mitad de la población vivía directa o indirectamente de la agricultura, esta falta de lluvias, que se agudizó entre 2006 y 2010 y que los científicos vinculan directamente con el cambio climático, tuvo unos efectos devastadores. De 2008 a 2009, la producción de trigo cayó un 43 % y el precio de los alimentos se duplicó. “Al mismo tiempo —explica Jan Kellett, asesor en cambio climático del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)—, tenía lugar la crisis financiera global y el precio del petróleo se desplomó en 2009 de los 140 a los 45 dólares por barril, y éste era uno de los principales activos del Gobierno sirio”. Con menos recursos a su disposición, Damasco anunció un programa de liberalización y draconianos recortes a los subsidios para los agricultores. Sin ayudas y golpeados por la continua sequía, miles de familias emigraron a las ciudades de Siria, que vieron crecer su población un 22 % entre 2004 y 2010. Más gente, menos oportunidades y menos servicios públicos. Una bomba de relojería.
Para más inri, muchos de los agricultores afectados, por ejemplo en la región de Deraa —donde nació la revuelta—, eran suníes que veían con agravio cómo quienes rodeaban a la familia Asad, de la minoría alauí, se beneficiaban de las prebendas del régimen y de las privatizaciones amañadas, mientras sus vidas se hacían cada vez más miserables. “Claramente la sequía tuvo un impacto en la crisis siria ya que afectó a mucha gente en las zonas rurales, que se vio obligada a emigrar a las ciudades —sostiene Kellett—, pero por lo que protestaba la gente en 2011 no era por los precios de los alimentos o por los subsidios, sino por los derechos humanos y la democracia”.
"Claramente la sequía tuvo un impacto en la crisis siria ya que afectó a mucha gente en las zonas rurales"
El debate sobre la relación entre el calentamiento global y conflictos se ha instalado en el seno de la comunidad científica y académica. Una parte rechaza de plano establecer una causalidad entre ambos fenómenos. Otros investigadores han llegado incluso a crear modelos para calcular sus efectos: de acuerdo con el estudio de Solomon M. Hsiang, Marshall Burke y Edward Miguel, por cada grado que aumenta la temperatura del planeta “se incrementa un 4 % la frecuencia de violencia interpersonal y un 14 % la violencia intergrupal”.
“Quizás sea excesivo extender el cambio climático a situaciones tan graves como la de Siria, pero ciertamente, en algunos de los países en los que trabajamos hemos visto cómo los efectos negativos de este fenómeno en los recursos disponibles, crean tensiones dentro de las comunidades. Y en las más pobres, al ser menos capaces de resistir los embates del cambio climático, la respuesta natural es la migración. Lo que, a su vez, provoca tensiones en las comunidades de acogida”, describe Josefina Stubbs, vicepresidenta adjunta de estrategia del Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola (FIDA).
Zonas de riesgo hay varias en el mundo, como pueden ser la isla de Mindanao en Filipinas; la cuenca del Nilo; la zona de Oriente Medio, donde —apunta Stubbs— “los estudios muestran que el 45 % de los jóvenes piensa en emigrar” a causa de los conflictos políticos y ambientales; o la zona subsahariana: “El desierto del Sáhara se está extendiendo a razón de una milla o más al año por la falta de lluvias y eso desplaza a las comunidades hacia el sur, porque la gente tiene que buscar agua”.
De acuerdo al estudio de Solomon M. Hsiang, Marshall Burke y Edward Miguel, por cada grado que aumenta la temperatura del planeta “se incrementa un 4 % la frecuencia de violencia interpersonal y un 14 % la violencia intergrupal”
Un ejemplo de conflicto relacionado con el cambio climático lo aporta Marta Ruedas, representante de la ONU en Sudán: “Tanto en Sudán como en Sudán del Sur muchos de los conflictos tienen origen en las luchas entre las poblaciones sedentarias y nómadas. Aquí, a causa del fenómeno de El Niño, hay menos lluvias, los pastos se han secado y las manadas se han reducido, por lo que los nómadas buscan fuentes de ingreso alternativas. Y esas fuentes han sido, históricamente, el robo y el secuestro a las poblaciones sedentarias”.
“Desastres producidos por el cambio climático pueden ocurrir en cualquier parte. Pero, ¿por qué una ola de calor extrema no produce los mismos problemas en Alemania que en Eritrea?”, se pregunta Kellett. La respuesta la da él mismo cruzando dos listas: la de países con mayor vulnerabilidad a los efectos del cambio climático y la de estados menos preparados para hacerle frente. El resultado son 10 países (Eritrea, Chad, República Centroafricana, Sudán, República Democrática del Congo, Yemen, Burundi, Guinea Bissau, Papúa Nueva Guinea y Haití), en la mayoría de los cuales hay conflictos armados. “La diferencia la marca la preparación para resistir los golpes del cambio climático”, indica Kellett a la vez que lamenta que sólo el 0,5 % de la ayuda al desarrollo se emplea en “reducción de riesgos”. Este porcentaje, en números absolutos, supone 13.500 millones de dólares a lo largo de los últimos 20 años, una minucia si se compara con los 20.000 millones de dólares que se gastan anualmente en ayuda humanitaria de emergencia.
“La ayuda humanitaria es importante, pero nosotros creemos que la prevención lo es más”, subraya Stubbs. Precisamente el trabajo del FIDA está enfocado al fortalecimiento de las comunidades en el mundo rural mediante créditos agrícolas e inversiones a fondo perdido para mejorar las infraestructuras: sistemas de riego, tecnología de predicción de tormentas, carreteras para llevar la producción a los mercados…. “Los pequeños agricultores, con predios de no más de dos hectáreas, son quienes producen el 80 % del alimento a nivel mundial. Pero al mismo tiempo son los más vulnerables a los desastres naturales —afirma Stubbs—. De ahí la necesidad de apoyarles para que puedan mitigar los efectos del cambio climático y no se vean obligados a abandonar el campo”.
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