Coca
Hay una mística contemporánea en la cocaína, como la hay en las armas y los billetes grandes
Hemos sabido que la trama de los cursos de formación en la Comunidad de Madrid contiene episodios de palizas por encargo y llamativas presiones desde altas instancias políticas. Según la dinámica que ha caracterizado las últimas décadas del poder madrileño, será que nos ha salido alguna rana en cargo público. Nada grave. A seguir enredando. El cabecilla del entramado reconoce que todo estalló porque estaba atravesando una etapa de gran consumo de cocaína y las farras y los pasotes le impedían seguir concentrado en falsificar documentos para desviar dinero público. La cocaína se beneficia de la sencilla representación de su consumo. La iconografía festeja a asesores de Bolsa, financieros, artistas y políticos metiéndose rayas por la nariz, nada de jeringuillas, vomitonas y daños cerebrales. Al espectador hay que cuidarlo, darle lo que pide, pero no importunarlo con la realidad.
En el libro de Manuel Jabois sobre la trama del robo de explosivos en Asturias para perpetrar los salvajes atentados del 11 de marzo de 2004 hay una clave interna que funciona como un diapasón, marcando el ritmo vital de los protagonistas. Es la cocaína. Cada encuentro, cada viaje, cada intercambio, cada complicidad se teje al hilo de una raya de coca. También las putas y el alcohol, los coches robados, la velocidad y una cierta desestructuración mental. Claro, quién iba a pensar que eran islamistas convencidos quienes participaban de ese desenfreno tan poco místico de la mano de nuestros chorizos de poca monta. Pero es que a lo mejor hay una mística contemporánea en la cocaína, como la hay en las armas y los billetes grandes, en la velocidad y el puterío. Es una especie de religión paralela, con sus altares y sus cálices, sus experiencias trascendentes y hasta sus caídas del caballo.
Es demoledor asomarse, como lo hizo también Saviano, al sendero del trapicheo que conduce a la gran autopista del terrorismo internacional. Es la confirmación de que todo lo humano funciona en cadena, desde lo mínimo a lo máximo. Por eso en el diminuto polvo de ese alcaloide se asienta el estado de ánimo de una gran parte de la sociedad. Su anestesia ante el dolor y el sufrimiento ajeno, sus estallidos de violencia inasumible, su ingravidez indiferente, su ansiedad, su manía persecutoria, su falsa estimulación y su daño neurológico a perpetuidad definen demasiadas ejecutorias cotidianas en la crónica de sucesos, en el infierno laboral, en la corrupción institucional, en la carretera, en el espectáculo y hasta en el deporte. En la novela negra clásica bastaba con buscar a la chica o el dinero para entender la trama. Hoy, busquen la coca.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.