Tu modesto campo de batalla
ESTE PLANETA grande, hiperpoblado y caótico en el que vivimos está lleno de problemas acuciantes. Pero, por otro lado, también existe un número incalculable de personas buenas, de gente que dedica su vida a intentar mejorar una pequeña parcela del padecimiento global. Porque esa es la única manera de poder incidir en la historia y en el mundo: asumiendo objetivos concretos, escogiendo tu modesto campo de batalla.
Eso es lo que hace, por ejemplo, la doctora África Holguín en el hospital Ramón y Cajal de Madrid. África y sus siete colaboradores, casi todos jovencísimos, conforman el Laboratorio de Epidemiología Molecular del VIH del servicio de Microbiología del Instituto Ramón y Cajal de Investigación Sanitaria. Es un título larguísimo, yo diría que más largo que su capacidad de financiación, porque, como suele suceder con la investigación en España, tanto la dirección del hospital como la doctora Holguín se las ven y se las desean para conseguir fondos. Este año la formidable asociación Bomberos Ayudan ha logrado recaudar 20.000 euros para ellos, pero no es bastante.
Parece que ya no nos interesa el sida, o al menos apenas nos interesa en los países industrializados, pero resulta que, según cifras de 2014, en el mundo hay 37 millones de personas infectadas por VIH, y 3 millones son críos menores de 15 años. Al año mueren 190.000 niños por esta causa, fundamentalmente en el África subsahariana. Cada día se infectan 1.000 niños nuevos, la mayoría al nacer, durante el parto o la lactancia, y sin tratamiento, la mitad de ellos fallecerá antes de cumplir los 2 años. Es un panorama aterrador y simplemente se nos ha borrado de la cabeza.
Para que no mueran es necesario poder diagnosticarlos en las primeras semanas de vida, luego medicarlos lo más pronto posible y hacer un seguimiento clínico (más análisis) para ver si los fármacos han controlado el crecimiento del virus (porque el VIH nunca se cura) o si han aparecido resistencias. Pero el problema es que esos niños muchas veces no son ni siquiera diagnosticados, porque los análisis tradicionales del VIH son complejos y difíciles de hacer en países sin recursos, y porque a menudo los bebés son prematuros o están tan desnutridos que no se les puede extraer suficiente sangre. Sin embargo, hay unas nuevas técnicas de diagnóstico molecular en las que sólo se necesitan dos gotas de sangre seca recogidas sobre un papel especial. Es un método barato, no exige refrigeración y por lo tanto es perfecto para países de recursos limitados. Y es en esto en lo que trabajan Holguín y los suyos: en algo tan concreto como el desarrollo y evaluación de esas técnicas diagnósticas y en la educación de técnicos y médicos para que puedan aplicarlas. Ya han colaborado en Guinea, Honduras y El Salvador, y ahora preparan dos proyectos en Congo y Ecuador para los que necesitan financiación. Y aquí es cuando me parece escuchar el rezongo altanero de esos tipos maximalistas a los que nada parece suficiente: ¿y por qué dedicarse al Congo con tanta necesidad como hay en España? Es la falacia del nirvana, esa conocida trampa lógica que consiste en rechazar una acción o una idea con zafio recurso de compararlas con “lo mejor”, con eso tan mejor que es imposible de alcanzar. Por ejemplo: hasta que no haya ni un solo niño con hambre en nuestro país, no se debe ayudar a los de fuera. Un tipo de razonamiento que conduce a la inacción y que además suelen sostener los que tampoco hacen nada por los niños propios.
Por fortuna, Holguín y su equipo (que, por cierto, también trabajan con menores con VIH de la Comunidad de Madrid) tienen otra idea de la responsabilidad social. Y te necesitan, nos necesitan, para proseguir con sus investigaciones, que son patrimonio de todos. Acaban de lanzar la campaña Que cumplan muchos más para recaudar fondos, tanto de empresas como de particulares. Por ejemplo, puedes donarles un euro al mes a través de Teaming, pero si entras en la página www.quecumplanmuchosmas.com sabrás mejor cómo ayudar para que, desde los sótanos de un hospital de Madrid, este puñado de luchadores consiga que unos cuantos niños sobrevivan más allá de los dos años en nuestro mundo grande.
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