_
_
_
_
La paradoja y el estilo
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

De Estocolmo a La Habana

Karl Lagerfeld trasladó al viejo Paseo del Prado su colección crucero para Chanel. El glamour ahora es un arma tan política como comercial

Boris Izaguirre
Karl Lagerfeld posa con varios modelos al concluir el primer desfile de Chanel en La Habana, el pasado martes.
Karl Lagerfeld posa con varios modelos al concluir el primer desfile de Chanel en La Habana, el pasado martes.alejandro ernesto (efe)

¡Pero que inicio de mayo tan festivo! Hemos disfrutado de tres animados desfiles. En Estocolmo celebraron el 70 cumpleaños del rey Carlos Gustavo de Suecia con un desfile de antiguas testas coronadas, entre ellas nuestros Reyes eméritos, que reaparecieron después de una interrupción temporal de su convivencia como deseando volver pronto a ella. En La Habana, Karl Lagerfeld hilvanó una puntada maestra: trasladar al viejo Paseo del Prado su colección crucero para Chanel, recogiendo aplausos y también virulentas críticas acusándole de oportunista ante el resurgimiento de una Habana todavía no libre de Castros. Y en el Met en Nueva York volvieron a desfilar las personalidades que Anna Wintour, editora del Vogue estadounidense, invita para que compartan un instante de inmortalidad. El glamour ahora es un arma tan política como comercial.

La casa Chanel organizó su desfile en La Habana e imagino que sería casi un triunfo diplomático sin anticipar la controversia en las redes sociales. Todo empezó con el viaje a Cuba de Carolina de Mónaco apenas se supo que Estados Unidos levantaba el embargo económico que durante 54 años mantuvo sobre la isla y el régimen de Fidel Castro. La princesa Carolina confió a su gran amigo Karl Lagerfeld, el diseñador que reina en Chanel desde 1983, para que fuera y viera. Así surgió la idea. En el protocolo de la alta costura hay dos fechas importantes, enero y julio, donde se hacen los desfiles de verano e invierno, respectivamente. Y una tercera fecha, más volátil, para las colecciones de entretiempo, que el cambio climático ha convertido en colecciones casi para todo el año. A esas colecciones se las llama crucero, porque hacen referencia a una vida con mucho tiempo para el tiempo libre, un poco como la que lleva Carolina. La triple combinación Crucero, Chanel, Comunismo, convirtió las dos Ces entrelazadas del emblema de la firma en tres. Y también en un logo que tiene al Caribe dividido. Los hay que consideran que el desfile fue una bocanada de aire fresco para una isla caliente que ha estado “aislada más que ninguna otra isla”. Otros opinadores, como los de mi chat de WhastApp, “Niñitas Ganamos”, concluyeron que “después de años de una Cuba reprimida, los socialistas europeos siguen haciendo de eso su escenario, ¿cómo si no hubiese pasado nada?”.

Los reyes Juan Carlos y Sofía en Estocolmo.
Los reyes Juan Carlos y Sofía en Estocolmo.Samir Hussein (WireImage)

Olvidando que se trata de la iniciativa de una empresa privada, como las compañías de cruceros, los hoteles o las empresas tecnológicas que ya operan en la isla. O igual que los conciertos de The Rolling Stones o de Olga Tañón. En la cafetería del estudio donde grabo en Hialeah, el epicentro de la oposición cubana en Florida, mi productora favorita me dijo: “Nunca podré comprarme un bolso o vestido de esos, pero qué bonito se veía el Paseo del Prado de mi ciudad, mijito”. Habría que recordar que no es la primera vez que la industria textil se cuela en la vida cubana. Antes de Chanel llegó Adidas, camaradas, fabricante de esos chándales que Castro impuso como cómoda moda comunista y que vistieron cual uniforme de rigor Hugo Chávez y Maduro. O sea, que existen precedentes entre la moda y el comunismo. Ahí está el cuello Mao, que hábilmente Lagerfeld evitó en cualquiera de sus atuendos crucero. De momento, el diseñador, sorprendido por las críticas, mezcló el Cuba Libre con otro Coco libre.

La industria del glamour parece etérea pero tiene garras de hierro. Dos días antes de que la moda tuviera su gran desfile en la gala del Met, en Estocolmo brindaban las coronas de Europa (y África, que siempre se nos olvida) en el cumpleaños de Carlos Gustavo. Estas fiestas, ahora, comparten cierto perfume a Parque Jurásico con La Habana, detenida en el tiempo no por el bótox sino por el embargo. Los reales europeos no se visten de Chanel sino de modistas anónimas que reinterpretan una y otra vez esos trajes raros atiborrados de medallas y joyas. Son galas extravagantes pero complementarias. Dos carnavales. Dos continentes.

América se puso tecnológica, este año el tema era la moda y la tecnología. Mientras que Europa se inclinó por el historicismo. Meritocracia americana (donde, como hemos visto, cabe de todo y todos los talentos) y aristocracia (donde solo se accede por sangre o por matrimonio). Por eso, en la gala real de Estocolmo vimos a Frida, la cantante de Abba, convertida en una aristócrata con mucho porte y en las escaleras del Met vimos a Madonna, mas allá de la realeza y la realidad, enseñando tetas, cara y culo con total desparpajo. Quizá por ese amor por la innovación tecnológica en la gala del Met había tanta costura en los trapos como en los rostros. Sino basta ver a Nicole Kidman. No desfilamos por amor o por ideas. Lo hacemos por permanecer.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_