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Delicias milanesas de diseño

Los diseñadores Fabio Novembre, Patricia Urquiola, Piero Lissoni, Philippe Starck y Claudio Ludi.
Los diseñadores Fabio Novembre, Patricia Urquiola, Piero Lissoni, Philippe Starck y Claudio Ludi. Tullio M. Puglia
Anatxu Zabalbeascoa

ES algo aceptado por sabido que venderse es un arte. Que se convierta en el arte del siglo XXI lo apuntan algunas pasarelas y ferias con presentaciones en el límite entre lo inesperado y lo incomprensible. Esa frontera es estrecha. Pasar del arte como estrategia al arte como creación supone salvar una gran distancia. En esa carrera de fondo se mueve el Salone di Milano, la feria de mobiliario más importante del mundo, que arrastra con frescura 55 años de historia gracias a, ¿lo adivinan?, su reinvención continua.

Tómese la presencia que tiene la feria de arte Arco en Madrid y multiplíquese por 100. De los grandes almacenes a las estaciones de metro, cada abril Milán es tomada por el diseño. “¿Crisis? ¿Qué crisis? El Salone está aquí”, rezaban las banderolas de 2009. Como todo salón, también este tuvo sus rechazados, que salieron del recinto oficial hasta que lo alternativo –el Fuori Salone– se convirtió en el nuevo establishment. Hoy Giulio Cappellini no pisa la feria más que para detectar futuros genios. E igual que los hoteles multiplican por cuatro su tarifa, los claustros del centro cambian su soledad por unos días de glamour. Eso hace que hordas de gente vestida de negro visiten la Pinacoteca de Brera para fotografiar una silla mientras la Virgen de Piero della Francesca se queda sola en el piso de arriba.

Lámparas con diversos estampados, un sofá y más mobiliario expuesto en la 55 edición de la feria.  getty

Entre tanta lámpara, el arte es otro. Tal vez el de la invención. Este año, el arquitecto Sou Fujimoto firmó un montaje fabricado solo con haces de luz y oscuridad para relacionar la firma de ropa COS con la palabra “diseño”. La ropa no aparecía por ninguna parte. El cerebro detrás de la marca Muji, Naoto Fukasawa, convirtió en esculturas las planchas de piedra de la marca Geoluxe para que las recordáramos. Y si un arquitecto desvistió un espacio para vender ropa, un modisto, Akira Minagawa, construyó esculturas con telas de la danesa Kvadrat.

“Todos vienen a copiar”, se queja el británico Tom Dixon en una instalación en la Rotonda della Besana. “Nosotros, a vender”, sostiene Fukasawa con una copa de vino blanco. Aquí Patricia Urquiola o Jasper Morrison parecen tener el don de la ubicuidad. También la fallecida Zaha Hadid, resucitada en butacas, mesas y estanterías. Durante el Salone se puede charlar con cualquier diseñador del mundo. Es también el peor lugar para hacer entrevistas. Las mejores las dan los recién llegados. El resto matiza lo mismo o se desdice de lo declarado el año anterior. En eso consiste el arte de venderse.

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