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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Falstaff y el licenciado Vidriera

William Shakespeare y Miguel de Cervantes, dos maneras distintas de iluminar las vanidades del mundo

José Andrés Rojo
Orson Welles, en el papel de Falstaff en 'Campanadas a medianoche'.
Orson Welles, en el papel de Falstaff en 'Campanadas a medianoche'.

Seguramente no resulta muy correcto que un hombre ya medio viejo, gordinflón y borrachín se permita decirle a un príncipe heredero que es un “hambriento, piel de anguila, lengua de vaca ahumada, nervio de toro, sardina seca”. Antes lo llamó cobarde, ya le ha afeado su comportamiento; lo trata cual si fuera un botarate, le miente, se burla de él, lo ningunea.

Hay otro tipo que procede, en cambio, de manera radicalmente distinta. Va por las calles sermoneando al personal, a todos llama la atención, de cada uno tiene algo que comentar. Con su ingenio lo mismo tritura a frailes y religiosos que a dueñas y cortesanas, machaca a marineros, arrieros y escribanos, cuestiona a panaderos, poetas, libreros, mozos de mula y alcahuetas, critica a médicos, jueces, sastres y zapateros. Por ponerse estupendo hace incluso chanzas de los genoveses.

El primero se llama Falstaff y habita en varias piezas de Shakespeare, y es excesivo y disparatado. Cultiva con estricta disciplina todos los vicios y, además, procura aprovecharse de un príncipe al que engatusa con burdas estratagemas. El otro es una criatura de Cervantes que empezó llamándose Tomás Rodaja cuando siendo un niño de origen humilde buscaba la manera de educarse en Salamanca: consiguió graduarse con brillantez de licenciado en leyes y fue entonces cuando “una dama de todo rumbo y manejo”, una fulana, se cruzó en su camino. No pudo conquistar “la roca de la voluntad de Tomás”, escribe Cervantes, y tuvo que valerse de algún hechizo para vengarse. Un día, el brillante licenciado empezó a pensar que estaba todo hecho de vidrio.

Hoy toca celebrar la literatura. Y más en un año en el que se recuerda el cuarto centenario de la muerte de dos de los mayores escritores de la historia. Y no está de más acudir a alguno de sus otros personajes, a los que no siempre están en primer plano y que, sin embargo, incorporan en sus historias las marcas indelebles que los más grandes van dejando allí por donde pisan.

Con Falstaff, Shakespeare se asoma al poder desde la barra de un bar y cuenta la extraña complicidad entre un príncipe que habita en el corazón de la corte y un experimentado rufián que ha labrado su sabiduría en los estercoleros del mundo. El licenciado del que se ocupa Cervantes le viene de perlas para iluminar el lado oscuro que existe en cada oficio, en cada esquina, en cada rincón de la sociedad. Es un hombre que se cree de vidrio, y el vidrio “por ser materia sutil y delicada” consigue penetrar con mayor profundidad y eficacia en las entrañas del alma.

Falstaff es inmenso, arrollador, va desbordándose a cada paso. Vidriera es frágil: un día una avispa le estaba picando en el cuello “y no se la osaba sacudir por no quebrarse”. A ambos no les salen bien las cosas. El príncipe Enrique termina renegando del gordinflón, y lo abandona a su suerte; cuando el licenciado recobra la cordura, nadie le hace caso y tiene que irse a Flandes para ganar con las armas lo que no consigue obtener con las letras. Dos historias y una misma derrota.

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Sobre la firma

José Andrés Rojo
Redactor jefe de Opinión. En 1992 empezó en Babelia, estuvo después al frente de Libros, luego pasó a Cultura. Ha publicado ‘Hotel Madrid’ (FCE, 1988), ‘Vicente Rojo. Retrato de un general republicano’ (Tusquets, 2006; Premio Comillas) y la novela ‘Camino a Trinidad’ (Pre-Textos, 2017). Llevó el blog ‘El rincón del distraído’ entre 2007 y 2014.

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