Mona de pelo
Lo que hacemos tantas todos los días por puritito amor propio


Hoy estoy mona de pelo, no es poca cosa con la que está cayendo ahí fuera y ahí dentro; en mis adentros, me refiero. No lo digo por dármelas: esto no tiene mérito ninguno, es cuestión de azar absoluto, las que me leéis sabéis que no miento. Esta mañana, nada hacía presagiar el milagro. Me he levantado como suelo, zombi severa, los labios curtidos de carmín reseco, el chapapote del rímel enfangándome las pestañas y las raíces adheridas al cráneo como si me hubiera lamido una vaca suiza. Que sí, que vale, que mañana me desmaquillo y me exfolio y me hidrato y me tonifico y me cepillo cien veces la melena y me dejo hecho un menú de tres platos y una tarta de zanahorias para que las niñas coman sano al día siguiente, pero, perdonadme la vida, ayer noche estaba en las últimas y no veía el momento de cerrar los ojos. Luego, sin embargo, por mi parte no ha quedado. He gastado la hora de marras. He usado todas y cada una de las armas químicas —champú, sérum, laca— y electrónicas —secador, difusor, plancha— para que mi cabellera pareciera secada al amor de la brisa marina tal como dictan los mandamientos de las revistas femeninas. Y, hete aquí que, al atisbarme la jeta en el espejo entre cabezazo y cabezazo, resulta que, oh aleluya, me había quedado el flequillo con la onda exacta.
Según una encuesta de la firma L´Óreal, el 80% de las españolas se sienten más seguras cuando llevan el pelo a su gusto. Poco me parece. Bien sabemos muchas que, con la que está cayendo ahí fuera —-y adentro— verse medio mona en la luna del ascensor del curro es, a veces, la única alegría del día. Por eso me ha extrañado tanto que a Pablo Iglesias, que ha posado desmelenado para una revista, se le haya echado encima la policía de género. Un varón, con uve y con be, que se cuida, se gusta y se pone clueco porque él lo vale. Lo que hacemos tantas todos los días por puritito amor propio.
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