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CLAVES
Columna
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Periodismo de sentimientos

Arnaldo Otegi está tan lejos de entenderse a sí mismo que no hay empatía que pueda traerlo de vuelta

Arnaldo Otegi y Jordi Èvole (d) en "Salvados" de LaSexta.
Arnaldo Otegi y Jordi Èvole (d) en "Salvados" de LaSexta.EL PAÍS

Es difícil no sentirse atraído por el mal. La violencia desafía nuestro entendimiento de nosotros mismos como sujetos morales y plantea cuestiones de enorme relevancia sobre nuestra especie. Intentar entender el mal es obligatorio. Pero como demostró la entrevista de Jordi Évole a Arnaldo Otegi del pasado domingo, la necesidad de intentarlo dista de garantizar por sí el éxito de la empresa.

Frente a la tentación de entender el mal como extrínseco a la naturaleza humana, Hannah Arendt nos advirtió de que detrás de la maldad había seres humanos normales y corrientes. Su constatación sobre la banalidad del mal ha convertido su Eichmann en Jerusalén en un manual de campo imprescindible para todo el que quiera acercarse al problema. Que los perpetradores de las más crueles atrocidades son al mismo tiempo capaces de albergar y conmoverse con sentimientos parecidos a los que albergan sus víctimas es algo ya sabido. Descubrir esa contradicción entre la frialdad con la que el perpetrador justifica sus crímenes y su aparente humanidad, y hacerlo al lado del fuego de la chimenea, mirándose a los ojos y en un día lluvioso no es ningún hallazgo periodístico.

Se critica a Évole porque inquieta que su cercanía física y la indagación en los sentimientos de Otegi pudiera abrir la vía a la comprensión de la persona y su causa. Pero es una crítica injusta. Como todos los que precedieron a Évole en empeños similares, la impresión que domina en él es la perplejidad ante el océano de inconsciencia moral que separa al perpetrador de sus víctimas. Otegi está tan lejos de entenderse a sí mismo que no hay empatía que pueda traerlo de vuelta. Porque la raíz del problema no está en Otegi, sino en algo que sobrevoló toda la entrevista sin que Évole se percatara: la existencia de una ideología que celebra la identidad hasta el punto de lograr que, en una democracia, personas normales se consideraran legitimados para matar en su nombre a otras personas normales. Ese océano que separa a un Évole tan cercano de un Otegi tan lejano es en el que naufraga el periodismo de sentimientos. @jitorreblanca.

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