Pedroche y el amor
Media España tiene ideas propias sobre cómo tiene que querer la presentadora, qué ropa tiene que ponerse y cómo tendría que celebrar su boda
Todavía hoy, cuando alguien tiene la mala idea de entrevistarme y yo la peor idea de aceptar, voy con la determinación de hablar sólo de aquello que sé; tanto es así que llevo en el bolsillo una bocina como la de Harpo Marx. Luego me preguntan por la NASA y digo “a ojo de buen cubero” cuántos tornillos lleva un cohete. Tomando como referencia, naturalmente, el viaje a la Luna de Tintín. Suelo acabar con la bocina sobre la cabeza hablando de neurociencia y de lo que se me eche, y al llegar a casa, con el bajón, empiezo a llorar pensando en por qué alguien ha tenido la mala idea de hacerme preguntas tan estúpidas, y yo la peor idea de responderlas.
Un día le hice ver al escritor Carlos Casares su escaso compromiso público con asuntos ajenos a la literatura. Me respondió que sobre política su opinión no era mejor que la de otro. “El escritor tiene un talento especial para escribir, pero no para tener ideas más brillantes que los demás”. Si Figo hablase de ETA, dijo, sus palabras tendrían más repercusión que las de él.
Tenía razón, aunque no se la di. En aquella época no le daba la razón a nadie; ahora es peor: ahora se la doy a todo el mundo. Pero efectivamente unas declaraciones sobre ETA de Figo tendrían un impacto mayor que las que pudiera hacer un anónimo y sabio profesor vasco. Por eso triunfan las entrevistas personales a famosos; en tanto que opiniones personales, no debieran de ser públicas, y cuando salen a la luz levantan el escándalo reglamentario. Como el que se ha producido después de una entrevista de La Vanguardia a Cristina Pedroche, en la que ella contesta a todo, incluida la pregunta de “a quién le debe más en la vida”; una pregunta violentísima, tan íntima que el silencio se interpretaría de forma terrible.
No sorprende que la opinión política de Pedroche ofenda (es natural pensar que el ofendido consideraba su opinión a tener en cuenta), pero sí que moleste hablando de algo tan pudoroso como sus sentimientos. Media España tiene ideas propias sobre cómo tiene que querer Pedroche, qué ropa tiene que ponerse y cómo tendría que celebrar su boda; esa chica debería vivir a base de referendos desde que se levanta hasta que se acuesta. Pero cuando se le riñe por hablar de su amor con tanta intensidad se olvida que en ese tema tiene la misma autoridad Pedroche que un Nobel, pongamos Vargas Llosa. Los dos sacrifican su intimidad por el espectáculo debido al amor, pero Pedroche resulta ser una loca a la que hay que salvar y Vargas un caballero con la pasión intacta.
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