Rose Hartman, paparazi de la intimidad
Fue una de las primeras fotógrafas de moda en meterse en el 'backstage'. Un documental recuerda su habitual presencia en las fiestas del Nueva York de los setenta y ochenta
En Studio 54 todas las noches eran especiales. En su pista de baile se juntaba la gente más guapa de la ciudad de Nueva York y del mundo. Givenchy, por ejemplo, volaba desde París, se echaba una siesta y se iba a medianoche a la discoteca. Allí se encontraba con Halston, Manolo Blahnik, Cher, Andy Warhol, David Bowie… Pero si hay una imagen que resume aquellas veladas de purpurina y glamur es la de Bianca Jagger montada sobre un caballo blanco. Vestida, precisamente, de Halston y con sandalias de Blahnik.
En mitad de la locura que fue aquella noche de 1977, la fiesta de cumpleaños de Mick Jagger, la por entonces mujer del cantante de los Rolling Stones casi ni destacaba, pero alguien, menuda, rápida y sin vergüenza la vio y corrió a por ella. Era la fotógrafa Rose Hartman. Fue ella quien logró la mejor instantánea del momento. La mejor estampa de una época.
En recuerdo a ese momento, el pasado fin de semana, Rose Hartman apareció en el festival SXSW de Austin (Estados Unidos) montada en un caballo blanco. Y con una sonrisa de oreja a oreja. The Incomparable Rose Hartman es el título del documental que el director Otis Mass ha hecho sobre la famosa fotógrafa. “Esto no es Los Ángeles, no es una producción de Steven Spielberg como debería ser”, suelta, con su genio particular, al principio de la película.
Hartman siempre se ha sentido más importante de lo que la historia piensa de ella. Cogió una cámara por primera vez inspirada por su padre y las revistas Vogue de su madre, pero, sobre todo, motivada por tener la vida que quería. Como profesora de Inglés de instituto no podía llegar a formar parte de su admirada “jungla de raso”, pero cargada con una cámara, Hartman se convirtió en la fotógrafa de las mujeres glamurosas en aquel Nueva York setentero. “Era una mujer entendiendo a una mujer, fotografiando a una mujer”, dice Donna Karan, en cuyo backstage se coló Hartman en 1985 por primera vez. “Mucho antes de que la gente se interesara por lo que pasaba detrás del desfile”, dice descarada y orgullosa.
Un ojo único con mal carácter
Con más de cuatro décadas de trabajo a sus espaldas, infinitos negativos y tres libros publicados, Hartman es tan conocida por su ojo único como por su carácter. Mal carácter. Que le abrió más puertas de las que le cerró. Las de Studio 54, desde luego, estaban siempre abiertas para ella gracias a su amistad con el famoso portero, Mark Benecke, responsable de la fauna única que se juntaba en la discoteca.
La fotógrafa iba a todos los eventos en los que creía que habría “gente guapa”. Aún va, sin necesidad de invitación. Nunca fue detrás de los famosos, sino de la belleza y la originalidad, “de la persona más interesante de la sala”. Aunque fotografió a muchas celebrities, de Audrey Hepburn a Mark Wahlberg, de Kate Moss a Leonardo DiCaprio. Le fascinan y siempre les ha mirado muy de cerca. A casi todos los ha pillado en momentos tan íntimos que hay quien la llama paparazi.
“No lo es”, dice Carolina Herrera, otra vieja amiga, a quien conoció también en Studio 54. “Pero sabe esperar al momento perfecto, cuando nadie mira y ella siempre lleva su cámara”, analiza la diseñadora. Hartman no les perseguía, pero tenía el don de la ubicuidad. Creaba una relación con ellos y, cuando menos lo esperaban, ella disparaba.
El diablo de Tasmania la llamaban sus colegas. Por la velocidad con la que enfocaba y la seguridad con la se abría paso entre la gente, a codazos, “para captar la espontaneidad”. “A mí solo me interesa ese algo que muestra quién eres de verdad”, dice. Enfadada, solitaria, asertiva. Su carácter se contagiaba en su objetivo y se respiraba en sus encuadres. Por eso fue la mejor retratista de una época libre, despreocupada por la imagen, desconocedora de la viralidad actual. A Hartman le daba igual si su foto se vendía o no. Ella buscaba el momento y que este pasara a la historia.
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