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Tribuna
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La malograda Estrategia Europea de Seguridad

La UE necesita desesperadamente un catalizador para recuperar dinamismo y el sentido de su existencia

Ana Palacio

¿Qué eco tiene una estrategia que se presenta cuando nadie escucha? La Unión Europea conocerá la respuesta a esta pregunta en junio, cuando Federica Mogherini, la Alta Representante para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, desvele la esperada Estrategia Europea de Seguridad, mientras toda la atención se centra en el Reino Unido y el referéndum sobre su permanencia en la Unión Europea.

La UE está varada. Necesita desesperadamente un catalizador para recuperar dinamismo y el sentido de su existencia. La Estrategia podría servir de percutor, pero no si se lanza cuando está previsto.

En Estados Unidos, el presidente tiene la obligación de elaborar una estrategia de seguridad anual, mandato que suele cumplirse con cierta flexibilidad –Barack Obama solo ha presentado dos estrategias en los últimos siete años–, y con un objetivo muy claro: establecer las prioridades de seguridad nacional de acuerdo con su administración y las circunstancias cambiantes del país.

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La UE diseñó un enfoque más amplio. Su primera –y única– estrategia de seguridad, publicada en 2003, nació con vocación de perdurar, de sobrevivir a varias Comisiones. Hoy, la frase de apertura "Europa nunca ha sido tan próspera, tan segura ni tan libre” resalta su lamentable obsolescencia.

En junio, el Consejo Europeo reconoció la necesidad de revisar la estrategia y encargó a Mogherini plantear una nueva política exterior y de seguridad en el plazo de un año. La Alta Representante y el Servicio Europeo de Acción Exterior, buscando la eficacia y evitar los escollos de un debate público, han llevado el proceso con –tal vez demasiada– discreción.

Entretanto, Europa se ha visto sacudida por numerosos y complejos retos –en particular, la crisis de los refugiados–, que no solo han acentuado la falta de interés y conocimiento público sobre la elaboración de la estrategia, sino que han alterado su razón de ser. ¿Qué sentido tiene un instrumento concebido como herramienta de capacitación europea ante los cambios exteriores, cuando el sujeto de esta política se encuentra fundamentalmente cuestionado o, cuando menos, en profunda transformación?

Cuestionamiento o transformación que acontecerán decidan lo que decidan los británicos. Si RU se retira –con su peso diplomático, militar, económico y cultural–, el golpe para la UE, en términos de influencia sobre su entorno, será evidente. Si se queda, exigirá formalizar el concepto de “Unión flexible” y suscitará con ello preguntas clave sobre el futuro de la integración europea y su proyección global.

Así, el referéndum británico supera con creces en trascendencia a las fracasadas consultas de 2005 sobre la Constitución Europea. Hacer coincidir la Estrategia Exterior con este plebiscito no solo la eclipsará, sino que intensificará la percepción de unas instituciones europeas que operan al margen de la realidad, y exacerbará la aguda crisis existencial que padecemos.

Dilatar el proceso de elaboración de la estrategia tendría el efecto contrario: plantear una discusión más amplia –y seguida con mayor interés– sobre cómo debe reinventarse la Unión, con o sin Reino Unido. Además de sentar unas bases más sólidas y apropiadas para la Estrategia Exterior y de Seguridad, esta discusión daría a la UE un relato, un discurso político susceptible de fortalecer el apoyo público al proyecto europeo.

El debate interno en RU sobre la permanencia en la UE, en el que predominan el egotismo y una cierta irracionalidad, es buen ejemplo de la necesidad de este relato fundado en principios, solidaridad y visión de futuro.

La oportunidad –"el manejo de los tiempos"– lo es todo en política. En junio pasado, los líderes europeos tomaron una decisión acertada. Si la estrategia hubiese visto la luz entonces, podría haber canalizado la discusión sobre el lugar que ocupa Europa en el mundo. Pero los acontecimientos, tanto internos como externos, se han adueñado del proceso. Es tiempo de actuar en consecuencia.

Ante la imperiosa necesidad de desvarar la Unión, la publicación de una estrategia que no refleje (y el calendario previsto lo imposibilita) la realidad europea supone la pérdida de una gran oportunidad, sería un error no exento de tragedia. El Consejo Europeo y la Comisión deberían tener esto en cuenta. En ocasiones, es de sabios esperar.

Ana Palacio, exministra de Asuntos Exteriores de España y exvicepresidenta primera del Banco Mundial, es miembro del Consejo de Estado de España.

Copyright: Project Syndicate, 2016.

www.project-syndicate.org

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