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CLAVES
Columna
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Acuerdos entre mujeres

En la lucha por la igualdad lo que queda, que es mucho, les corresponde sobre todo ellas. Acabar con el machismo cotidiano

Jorge M. Reverte

Mientras escribo, están tomando un vino a mi vera dos mujeres con las que tengo mucha confianza. Ninguna de las dos pasa, cuando se levanta, miedo a ser apalizada o violada. Eso es fruto de un trabajo colectivo y de muchos años protagonizados sobre todo por mujeres. Y, por supuesto, sobre todo por mujeres que han vivido y viven en Europa y Estado Unidos.

Tampoco ya en Estados Unidos arden las fábricas con obreras dentro, ni se permite ya en los latifundios extremeños o andaluces, desde hace muchas décadas, que algún señorito se tome libertades con las obreras. La situación ha cambiado de una manera radical en el Occidente próspero en el que tenemos la suerte de vivir algunos millones.

Sabemos, sin embargo, que en Bangladés sí pueden arder los talleres repletos de mujeres, que en la India se queman vivas a las mujeres que no respetan el repugnante y estricto código ético de las familias que tienen una mujer casadera en su oferta de carne fresca. Pero hay todavía resabios machistas que dan miedo a cualquiera. Sigue habiendo violaciones, sigue habiendo malos tratos y vejaciones. Por fortuna son cada vez menos. Los jueces y los policías han tomado conciencia.

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Lo que queda, que es mucho, les corresponde sobre todo a las propias mujeres. Acabar con el machismo cotidiano. Y ahí hay algo por lo que podrían empezar: la brecha salarial, que es hasta del 40% en muchos sectores. La cosa es muy sencilla, y la inventaron los trabajadores, entre los que había muchas mujeres, y consiste en plantarse delante de los patrones y decir que se niegan a admitir esa situación humillante.

Habrá quien diga que arreglar eso llevaría a sectores enteros a ser inviables. Es un argumento inadmisible, porque no pasa en la Europa más desarrollada, ni en España en muchos sectores.

A mí me gusta que mis amigas no tengan cara de miedo a ser pisoteadas: se les pone un rictus muy feo.

Por eso estoy dispuesto a acompañarlas a decir que no. Sobre todo a los empresarios que aprovechan otros miedos para establecer diferencias salariales injustificables.

Y añado una advertencia: iré retirando el saludo a todas mis amigas que traguen sin pelearse por situaciones así.

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