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Columna
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Intereses, inclinaciones y comparaciones

El fallido debate de investidura permite a la ciudadanía saber más para formarse un criterio

Soledad Gallego-Díaz

Christopher Hitchens, que tenía un instinto crítico muy desarrollado y escribió un libro titulado Preparado para lo peor, defendía que el tiempo que uno pasa argumentando nunca ha sido tiempo desperdiciado. Así que, aunque nos podamos preparar para lo peor, la fallida investidura de Pedro Sánchez nunca será tiempo desperdiciado. Ha sido necesario para conocer, en boca de sus protagonistas y en la mejor tribuna, el Congreso, los argumentos de cada uno y, se compartan esas razones o no, es mejor debatir algo sin llegar a un acuerdo que llegar a acuerdos, sin debatir nada, como ha venido sucediendo en el Parlamento español durante años. Así que, por el momento, hay más razones para que los ciudadanos hayan acogido el debate complacidos que lo contrario. Ahora sabemos más y tenemos más argumentos para formar nuestro criterio.

Además, el debate ha permitido conocer mejor a quienes van a ser los principales políticos en años venideros. El nuevo Parlamento recuerda, en ese sentido, a los primeros de la democracia, con muchos diputados jóvenes, aunque sus entornos sociales y económicos fueran más variados y las experiencias humanas fueran mucho mas opuestas en aquellas legislaturas que en esta. No es fácil hacer comparaciones, aunque, por ejemplo, es difícil resistir la tentación de comparar el carácter provocador que tiene Pablo Iglesias cuando habla desde su escaño, con aquellas agresivas intervenciones de Alfonso Guerra. Claro que el momento era diferente y que ahora estarían cambiados los guiones: el número uno, Iglesias, juega un papel a lo Guerra y el número dos, Iñigo Errejón, mantiene un tono duro pero más institucional, a lo primer González.

Lo que interesa es el estado de la cuestión. Un resumen rápido de las posiciones formales podría ser el siguiente: Pedro Sánchez quiere mantener en líneas generales el acuerdo con Ciudadanos y lograr la abstención de Podemos, presionando a través de las confluencias e IU, quizás más propicios al acuerdo. Pablo Iglesias sigue defendiendo un nuevo pacto que no incluya a C’s y por el que Podemos se integre en un Gobierno de coalición. Por supuesto, Albert Rivera preferiría un acuerdo con el PP, para lograr su abstención. Y Mariano Rajoy continúa empeñado en que es posible que todo se olvide y él vuelva a ser presidente del Gobierno con la “encantadora” abstención del PSOE.

El Parlamento recuerda a los primeros de la democracia, con muchos diputados jóvenes

Se trata de posiciones puramente formales puesto que ya se sabe que no permiten el acuerdo, sino que llevan a elecciones. Así que es más interesante analizar los intereses, aunque esa no sea razón suficiente para explicar la opción que toma, llegado el momento, un dirigente concreto. Sucede que, a veces, se equivocan.

Sobre la lista de los intereses, las cosas podrían resumirse mejor así: Sánchez no quiere elecciones, pero no puede expulsar a Ciudadanos del acuerdo, porque no está dispuesto a salir elegido con la abstención de los independentistas catalanes. Aceptar algún ministro de Podemos no entra en contradicción con sus intereses ni con los del PSOE, aunque no sea plato de gusto. Podemos podría teóricamente abstenerse porque cuenta en su interés ser el primer partido de oposición en la izquierda (en una legislatura corta y encima con serios problemas económicos). Tendría tiempo para mejorar su mensaje “plurinacional” en Andalucía, donde no se entiende, y para cohesionar sus corrientes internas. Albert Rivera tiene que valorar si, en la peor de sus hipótesis, puede aceptar ser ministro en un Gobierno socialista en el que también esté Podemos. Y el PP tiene que seguir aplaudiendo con fuerza a Rajoy, mientras le prepara una despedida lo más rápida posible, pero muy cariñosa. El interés es el provecho que provoca algo, pero también la inclinación de alguien por algo. ¿Cómo se concilian inclinaciones y provechos? Eso es la política.

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