Blogueros gastronómicos: hasta dónde puede llegar esta farsa
Seamos sinceros, hay demasiada gente opinando sobre restaurantes y haciendo fotos 'cuquis' de comida. Así es el (cuestionable) 'modus operandi' de muchos de los autores de estos blogs
Están por todas partes, es como un episodio de The Walking Dead en el que se desgarran las vestiduras por un trozo de carne (o en este caso de tarta de limón). Da igual si es un restaurante Michelin, la nueva cafetería de moda o gracias a la nueva aplicación online que te lleva comida a casa. Los blogueros gastronómicos (o food bloggers, como probablemente se autodefinan en sus perfiles) están por todas partes y se replican con más velocidad que la que tardan en subir las burbujas de tu Alka Seltzer después de un domingo de fabada. Lo de los blogs es algo justo y necesario. A ver si nos vamos a quejar de algo que todos hemos alimentado a través de seguir a los que nos descubren sitios nuevos, a aquellos que escriben con sazón y con razón acerca de los restaurantes y bares que visitan, que cuidan las fotos y al fin y al cabo, que nos hacen la vida más difícil cuando queremos sorprender a alguien.
Aun así, al mundo bloguero le queda muy poco para reventar porque por un bloguero de calidad hay ocho de vanidad y porque, detrás de esas fotos monas, estupendas y maravillosas (y simétricamente articuladas) de comida, hay mucha historia que contar.
1. Una proposición indecente:
Para que nos entendamos, el bloguero es Demi Moore, la agencia de comunicación es Robert Redford y tú eres Woody Harrelson. Todo empieza con la propuesta de Robert. El motivo es sencillo, él quiere lo que es bueno para él (es decir, darle bombo a su cliente y conseguir darle visibilidad con publicidad y captando posibles clientes). De esas agencias, perdón de Robert, es de donde se obtienen los contenidos, noticias de marcas, apoyos publicitarios… Es decir, el mambo, o todo lo que le viene bien a Demi (a menos que esta se quiera comer los mocos diciéndole que no a cada invitación). ¿Qué gana Demi? Placer, pasárselo bien un rato y ya de paso crear contenido, dar primicias, y catar el restaurante. Que no se lo digan, que no se lo cuenten… Crear su propia opinión. Ya si es lista lo del dinero con acuerdos publicitarios llegarán a su tiempo. Y todos contentos, ¿no?
Pues ahí es donde entras tú mi querido Woody: te tragas todo lo que te dan porque claro, al fin y al cabo no te cuesta nada dar a Me gusta a cambio del descubrimiento de la semana. El problema viene (y vamos a bajarnos del carro de los personajes que ya vale) cuando el bloguero te pone por los aires un sitio o plato solo por el mero hecho de no haber pagado por él… Ahí sí que vamos mal. Nadie te va a hablar mal de un restaurante al que lo han invitado porque si no se les cierran automáticamente las puertas con la agencia y se acabó lo de comer gratis. Ahora bien, hay de todo en el reino del Señor y siempre hay algunos que sabe que calladitos están más guapos y, aunque los hayan invitado, prefieren evitar dar bombo a algo que no apoyan. O lo que es lo mismo: tienen criterio.
2. Pagar o no pagar, esa es la cuestión
Si los invitan está claro que no van a pagar. Tampoco son tontos. Es como cuando estás en un bar y haces el amago de sacar dinero, tu colega saca la billetera antes que tú y paga. Obvio que no le vas a decir que no, le contestas el típico “venga, a la siguiente pago yo” y ya te quedas tranquilo. Si te acuerdas después de cuatro dobles de cerveza se lo compensas, si no pues cada quien a lo suyo. Pues aquí lo mismo, si te invitan vas. Ahora bien, siempre existe la opción de filtrar. Si te invitan a cinco conciertos a la semana, uno de salsa, uno de reggaeton, otro de pop y dos de rock y tú eres un indie emperdernido, pues a alguno le darás la negativa, ¿no? Hay cosas que por más que te guste la música y te paguen por escribir de ello sabes que tus oídos no son capaces de aguantar.
Si dices que sí a todos te estás embarrando tú mismo de marrones, porque luego toca sacarlo en redes sociales o página web y cuando tus queridos lectores sepan el sitio tan mono y en el que se come tan mal que estás recomendando es una vergüenza, probablemente perderás la credibilidad frente a ellos.
3. La culpa de este boom blogueril no es de ellos, es tuya
Sí sí, la culpa al final es tuya como lector porque eres el que les da bombo. Los idolatras, los idealizas, les dices que no puede haber fotos de una taza de café más bonita como la suya y claro, pasa lo que pasa. Te quejas de la mesa en la que absolutamente todos están tuiteando lo que acaban de probar, en la que todos fotografían cada plato, cada vaso, cada flor, cada maldito bocado y lo ridículos que son, pero hasta que no dejes de hacerles la pelota luego en redes o de etiquetar a tu amiga (y acto seguido escribas “tenemos que ir”), no lo dejarán de hacer. Así que al pan pan…
4. Siempre hay excepciones
Como en todo en la vida. Los impostores están en todas partes. Los que han caído en las garras de la popularidad y de querer ganar seguidores a través de fotografiarse románticamente al lado de una hamburguesa con aguacate y queso azul o con algún flamenco, palmera o luz de neón detrás se sabe que comer lo que se dice comer… poco. Pero hay muchos a los que sí se les va la vida en ofrecer contenido de calidad con fotos cuidadas y, de hecho, se dedican 24/7 a hacerlo. Así que solo es cuestión de tiempo, a que se pase la moda, lleguen todos al embudo de calidad y se queden reinando aquellos que vale la pena seguir y alimentar a través de Me gusta y de visitas. Mientras tanto, aún queda mucho por aguantar.
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