El nuevo, y tercer, trabajo de Selgascano en Londres
FOTO: Iwan Baan
Que las pequeñas librerías hayan decidido luchar contra las grandes además de con más fondo que novedades con arquitectura es una gran noticia. Que encima lo hayan hecho combinando silencio y tecnología y apostando por la vida -en lugar de por la nostalgia- permite pensar en un futuro capaz de abrazar la novedad sin despreciar las raíces. Es lo que sucede en librerías como La Central en Barcelona o Madrid -que mezcla algo más que café y novedades- o en McNally&Jackson en Manhattan -capaz de acoger la historia de la literatura con una imprenta que hornea libros a la carta-. En Londres, los empresarios Rohan Silva y Sam Aldenton recurrieron a los arquitectos españoles José Selgas y Lucía Cano para que les diseñaran su idea de lo que debía ser una librería del siglo XXI. Los españoles ya habían diseñado para ellos las oficinas de Second Home -descrito como un espacio para emprendedores en el floreciente Este de la capital británica. En la calle Hanbury -entre Liverpoool Street y Whitechapel, justo enfrente de esas oficinas-, se ha inaugurado ahora la librería (Librería se llama, en castellano) que Selgascano han diseñado para inyectar vitalidad al libro impreso del siglo XXI.
Este tercer proyecto londinense de los proyectistas de Madrid -el Pabellón para la Serpentine Gallery lo adquirieron también Silva y Aldenton y lo instalarán en Los Ángeles en su desembarco en esa ciudad- es un traje a medida. Se trata de una librería singular que, sin embargo, es también reflejo del barrio hipster donde se encuentra y lleva el sello de los arquitectos. El nuevo local es una rehabilitación que logra hacer algo paradójico: albergar la mayor cantidad de libros posible, exponerlos y ser, a la vez, un espacio flexible. Está construido con el más puro estilo Selgascano: con las manos, combinando rudeza material, ojo para el color y mano para el diseño. ¿El objetivo? Entrar por los ojos, apelar a la razón desde la alegría visual y hacer que la gente se siente por las paredes. Entremos.
El espacio, estrecho y profundo, del local está forrado de librerías construidas con palets reciclados y pintadas de amarillo por alumnos de la escuela Slade de Bellas Artes. Los palets reciclados sirven también para construir los expositores centrales (móviles). El resto, es un trabajo sobre el aprovechamiento de un espacio que combina quiebros, zigzags y espejos para evocar la librería infinita que Borges describió en su Biblioteca de Babel.
Levantada literalmente con las manos, la librería está iluminada con lámparas de otro artista de la familia, Alejandro Cano, Dr. Cato.
La librería cuenta con una pequeña imprenta propia y un bar para lectores. Sus dueños la definen como un "espacio comunitario interdisciplinario" y en esa línea organizan presentaciones y catas de licores. La vitalidad del local es una defensa de libro impreso no como santuario de la cultura para bibliófilos sino como un espacio sorprendente para el descubrimiento. En el azar de encontrar un libro cuando se busca otro basan los dueños de esta librería su invitación a los lectores a tocar, buscar y subirse por las paredes.
Eso sí, hay que pagar un precio por entrar: sólo se puede acceder al local con el teléfono móvil apagado.
Babelia
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