Pony Congo, realidades opuestas
El fotógrafo Vicente Paredes utiliza los estereotipos para mostrar las tan diferentes vidas de niños, marcadas por su lugar de nacimiento
Cuando en 1955 el MoMA abrió sus puertas a The family of man (La familia del hombre), esta exposición se convirtió en la más vista de la historia de la fotografía. A través de 503 imágenes tomadas por 273 fotógrafos de distintos lugares del mundo, su comisario —el fotógrafo Edward Steichen— quería ofrecer un retrato de la Humanidad, enfatizando los lazos que unían a esta dispar familia.
Pero aún no había transcurrido una década desde el fin de la Segunda Guerra Mundial y el mundo estaba en plena Guerra Fría, así que no faltaron las críticas que la calificaban de ingenua, sentimental y propaganda imperialista encubierta por evitar resaltar los contrastes y conflictos de la sociedad.
Esos contrastes, que ofrecen un retrato más realista de este hogar desestructurado que habita la humanidad, parecen agudizarse en la sociedad del siglo XXI. La brecha entre los más ricos y los más pobres se ensancha y se hace más evidente en lugares como África, donde casi la mitad de la población vive con menos de 1,25 dólares al día. Consciente de que son esas diferencias —y no las coincidencias— las que nos abren los ojos a las injusticias y de que la denuncia es la forma de mitigarlas, el fotógrafo Vicente Paredes (Orihuela 1972) decidió utilizar el formato del fotolibro para expresar la suya. El título, Pony Congo.
Cuando Paredes fotografiaba unos campeonatos de ponis que tenían lugar en Segovia, observó la presión psicológica a la que se veían sometidos los niños ante la necesidad de ganar, y el disgusto que producía a los padres ver que sus hijos no lo lograban. Y justo en aquella época tuvo ocasión de visitar la República Democrática del Congo. Allí, al ver a los niños trabajadores de Matadi, empezó a reflexionar sobre el diálogo que se establece entre realidades tan distintas. “Decidí jugar con los estereotipos y adoptar la estética de las típicas fotografías de niños que hacen los turistas cuando viajan a África, es decir, fotos que yo nunca hubiese hecho”. Y después las enfrenta con las imágenes de los niños de los ponis. "Mi intención nunca ha sido criminalizar estos campeonatos, pero la estética de sus retratos, ver a esos chicos con esas caras, tan tristes y estresados, me pareció adecuada para resaltar el contraste”.
En busca de un mensaje directo y simple, el fotolibro está estructurado fundamentalmente en dípticos que enfrentan las dos realidades. En ellos se concede más importancia a la expresión de un tema moral que a la consideración estética de la imagen. Y para destacar aún más las diferencias, Paredes decidió utilizar distintos tipos de papel: mate para los trabajadores, brillante para los jinetes.
A los niños españoles les tapó la cara con una banda negra en los ojos, siguiendo la práctica que los medios respetan cuando se trata de niños occidentales y rara vez siguen cuando se habla del Tercer Mundo. El libro, editado por la editorial This book is true, ha tenido muy buena acogida entre el público especializado, habiendo sido señalado como uno de los mejores fotolibros del 2015 en varias listas publicadas en prensa.
A pesar de la crisis que atraviesa el mundo de la edición en papel, el autor cree que los fotolibros han llegado para quedarse. “El libro da pie a contar una historia utilizando distintos materiales o diseños y es además una pequeña obra de arte seriada, lo que hace de él un objeto más exclusivo y cuidado”. Paredes explica que, para él, una buena historia es aquella que se entiende directamente y "genera emociones". Este libro, de forma sencilla y sin tapujos, nos recuerda que las desigualdades dentro de la gran familia humana parecen no cesar.
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