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NAVEGAR AL DESVÍO
Columna
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La España exagerada

La reacción hiperbólica es inherente a la política de este país, más cerca del esperpento que de la realidad

Manuel Rivas

El estilo, ahora, es la exageración. Un paradigma es Donald Trump. Para seguir en la carrera, no puede moderarse. Su combustible es la exageración. Y en Polonia, como en Hungría, la extrema derecha gobierna con tal mayoría, extinguido todo rastro de izquierda, que ha tenido que inventarse un enemigo por exageración. En la nueva cruzada han sido declarados traidores a la patria los ciclistas y los vegetarianos. La derecha española parecía empujada a la renovación tras la irrupción de Ciudadanos, pero creo que está redescubriendo como alternativa la exageración.

La ventaja de la exageración es que supera el dilema de la verdad y la mentira

Cuando los socialistas decidieron presentarse a unas elecciones generales por vez primera en España, establecido el sufragio universal (masculino) en 1891, el conservador Cánovas declaró que no le parecía mal que entrasen algunos diputados obreros “siempre que sus ideas no fueran exageradas”. Así que la línea roja, por decirlo a la moda de hoy, era la exageración. En realidad, España vivía en una situación extremadamente exagerada y los políticos de la poltrona giratoria acumulaban ese patrimonio de exageraciones llamado caciquismo. La corrupción era tan exagerada que hasta los corruptos estaban escandalizados. Rechazada la negociación, ocupadas las instituciones y la opinión por el partido único del patriotismo exagerado, el de la fuerza, no había voluntad ni ideas realistas para afrontar el problema colonial. Todo era demasiado exagerado y la ­desigualdad social iba más allá de la exageración.

El esperpento, esta realidad desatinada, grotesca, ya estaba en el habla popular. Lo que hizo Valle-Inclán, años después, fue convertirlo en literatura. Describir la España exagerada de una forma sublime.

Volviendo a aquellos tipógrafos emergentes, entre las demandas que incluían en sus primeros programas figuraban: “La creación de cantinas donde se dé gratuitamente una comida sana a los hijos de los trabajadores… Dar todos los años a esos niños ropa y calzado, un traje y un par de botas o zapatos a la entrada del invierno y otro traje y otro par de botas a la entrada del verano”, o la “creación de Casas de Maternidad para niños cuyas madres tienen que abandonarlos durante el día o la noche para ir al taller o a la fábrica”. Eran medidas de mínima calidad a las que durante mucho tiempo se les aplicó la línea roja. ¡Ideas exageradas!

Tan exagerada era la desigualdad que un liberal-conservador como Gabriel Maura tuvo el valor de reconocer que las “demandas concretas” de los socialistas eran “razonables”. Cuando Pablo Iglesias fue elegido por vez primera diputado, en 1910, un joven y brillante filósofo llamado Ortega y Gasset se atrevió a escribir: “El éxito de Pablo Iglesias ha significado un triunfo de la sinceridad”. Digo que se atrevió porque desde la primera comparecencia en el Congreso se convirtió en el blanco de toda la exageración. Aquel primer discurso, crítico con lo que todavía restaba de Antiguo Régimen, la tutela del Ejército y la Iglesia, acabó de forma tumultuaria. Y ya no habría tregua para aquel hombre que había significado el triunfo de la sinceridad. No se respetaba ni el discurso ni la vestimenta. Pío Baroja lo retrató como “un hombrecillo escuálido”. Se abrigaba con una bufanda. Pero la prensa vejaminista no paró de extender la especie de que El Abuelo hibernaba en un abrigo de pieles. No había un Intermedio con El Gran Wyoming para desmentir a los ilustres pelagatos. No era una exageración. Era una mentira. Pero esa es una diferencia banal en la política exagerada.

El esperpento, esta realidad desatinada, grotesca, ya estaba en el habla popular

La ventaja de la exageración es que supera el dilema de la verdad y la mentira. Esta moderna producción hiperbólica tiene su propia lógica: causar tal estruendo que anule, por un tiempo, la conversación entre iguales y crear un malestar apodíctico, imperativo.

La gran exageración puesta en curso por la España Exagerada es que en España es inviable un Gobierno con una política diferente a la actual. La maquinaria de hipérboles es apabullante. Hay políticos hasta ahora mudos que de repente producen una hipérbole pasmosa. Una síntesis de catástrofe, hundimiento y hecatombe. Las más frecuentes son las herbicidas: esas declaraciones o artículos de carnívoros irritados porque crezca otra vez la hierba. No solamente de personas de talante reaccionario. Entre los más estruendosos, llaman la atención esos intelectuales otrora en vanguardia a los que se les ha subido la hipérbole a la cabeza. Como Cánovas, ponen las líneas rojas en las “ideas exageradas”. El Apocalipsis siempre son los otros. La España Exagerada no comprende que lo que es exagerada es la realidad: el país donde más ha crecido la desigualdad, el país de la pobreza laboral, del abaratamiento humano. No acaba de ver que aquí hay ciclistas, vegetarianos y una gran mayoría social que quiere que crezca la hierba en España. Sin exagerar.

elpaissemanal@elpais.es

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