Plan de choque
No es que nos quejemos de vicio. Nos quejamos porque nos duele lo nuestro más que lo del vecino
Me han traído los Reyes Hípsters de Carmena unas riendas y una fusta de piel vuelta ideales de la muerte digna. Ecológicas, por supuesto, solo faltaría cargarme ahora mi acreditada limpieza de sangre animalista por esa tontería. El caso es que no se las había pedido, ni la fusta ni las riendas, pero al final van a ser magas de verdad Sus Ecuménicas Majestades de las Fiestas de Invierno, porque han acertado de pleno. No, no es que me haya dado por el sadomaso, perdón, bondage,a estas vetustas alturas de mi película. Pero es un regalo útil como otro cualquiera. Las riendas, para embridar al toro mecánico de las paranoias y los miedos que me zarandean cada día y tomar de una vez por todas las ídem de mi vida. La fusta, para arrearme un latigazo donde yo te diga en cuanto me entren ganas de chutarme un pico de autocompasión, la droga más adictiva que conozco aparte del kilo de azúcar refinado que me meto entre tabla y espalda cada noche delante de la tele.
A ver, lejos de mí toda vocación moralista. No es que nos quejemos de vicio. Nos quejamos porque nos duele lo nuestro más que lo del vecino. En el alma nos tortura, sí, exista o no ese yo no sé qué que nos diferencia de la mosca de la fruta. Así que, en estos días de buenos propósitos en los que vuelven las series de bandera, los concursos de parejas y los anuncios de fascículos de hacer punto gordo, he estimado oportuno informaros de mis planes. Más que nada por si alguien se siente aludido y quiere unirse al club de los exagonías. Por cierto, hoy estaba ya a pollo y piña estrictos después del turronazo, pero como me he venido a las rebajas y no lo tienen en el menú del día, el régimen ya lo empiezo el lunes, si eso. Y de paso, estreno las riendas y la fusta, que aún no me entran con el pandero que he echado.
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