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Y David Bowie hizo el saludo nazi

El músico, que acaba de editar disco, nunca ha querido hablar de cuando se sintió atraído por la figura de Hitler. Está es la historia

Carlos Marcos
David Bowie en la gira de 1976, en la presentación de su disco 'Station to station', encarnando al Delgado Duque Blanco.
David Bowie en la gira de 1976, en la presentación de su disco 'Station to station', encarnando al Delgado Duque Blanco.

De pie en el asiento trasero de un Mercedes descapotable. Vestido de negro. Con el pelo engominado pegado a su cabeza y teñido de naranja. Entonces, David Bowie, delgado, altivo, alzó el brazo para saludar a sus seguidores. Un fotógrafo del semanario musical inglés New Musical Express disparó justo en ese momento su cámara. Cuando la imagen se publicó, fue acompañada de un titular intimidatorio: “Heil y adiós”. Fue el 2 de mayo de 1976, David Bowie tenía 29 años y su consumo de cocaína era tan abundante que muchos días era lo único que ingería su cuerpo. El incidente ocurrió en la estación londinense de Victoria. ¿Hizo realmente Bowie el saludo nazi? Todavía muchos se lo siguen preguntando. Mientras, el protagonista calla o no recuerda.

Creo que yo hubiera sido un Hitler muy bueno. Hubiera sido un dictador excelente. Muy excéntrico y bastante loco”, dijo Bowie, impertérrito

Eran tiempos de megalomanía y provocación en la frenética mente de Bowie. Ese mismo año (recordemos: 1976), el cantante había concedido una estrambótica entrevista a la revista Rolling Stone. “Creo que yo hubiera sido un Hitler muy bueno. Hubiera sido un dictador excelente. Muy excéntrico y bastante loco”, dijo, impertérrito, y cruzó sus piernas. ¿Perdona? ¿He escuchado bien? David se había trasladado a vivir a Suiza, a un chalé con siete habitaciones, en las montañas, cerca de Ginebra. El verdadero motivo de este retiro era fiscal. Como vecino tenía a Charlie Chaplin, también atraído por la laxitud de la Hacienda suiza. Pero Bowie no estaba a gusto tan lejos de la acción. Se refugió en la pintura y en un estudio obsesivo del expresionismo alemán.

David Bowie saludando a sus seguidores en la estación Victoria de Londres en 1976.
David Bowie saludando a sus seguidores en la estación Victoria de Londres en 1976.Cordon

Su matrimonio con Angela, su musa durante su primera época, pasaba por su crisis más aguda. La pareja se había casado en 1970 y siempre había llevado una vida sexual bastante abierta. No disimulaban la presencia de amantes, e incluso compartían algunos, de ambos sexos. Dos años después de aquel saludo nazi, la pareja se separó definitivamente, aunque el divorcio no se firmó hasta 1980. También estaba su faceta creativa. Bowie había invertido el final de 1976 y el arranque de 1977 en muchos proyectos, acentuando su querencia a la híper actividad. Había rodado El hombre que vino de las estrellas (The man who fell to Earth, 1976), su primer papel protagonista en una disciplina (la interpretación) de la que estaba absolutamente obsesionado. Creía firmemente en su potencial como actor tanto como en el de cantante. En el filme encarnaba a un extraterrestre de un planeta que agonizaba. Bowie metido en la piel de un marciano: todo una metáfora de cómo él se sentía en la mayoría de las situaciones. Sería su mejor interpretación.

Paralelamente seguía ofreciendo conciertos, además de grabar una de sus grandes obras, Station to station, editada a principios de 1976. Muerto su álter ego Ziggy Stardust, en este trabajo adoptaba otro personaje, The Thin White Duke (El duque blanco y delgado), que aparece en la primera canción del disco, una presentación de intenciones de diez minutos también llamada Station to station que arranca, con un marcado ritmo marcial, así: “El retorno del Delgado Duque Blanco, lanzando dardos en los ojos de sus amantes”.

Portada del semanario 'New Musical Express', con la foto de Bowie, en la estación Victoria, supuestamente haciendo el saludo nazi.
Portada del semanario 'New Musical Express', con la foto de Bowie, en la estación Victoria, supuestamente haciendo el saludo nazi.

En la gira del disco el cantante exhibió una imagen que se alejaba del glam-rock de los años anteriores, la de su época de Ziggy Stardust. Ahora vestía una camisa blanca y un chaleco oscuro. El pelo, corto y engominado. “Solo le faltaba el bigotillo”, llegó a leerse en un diario sensacionalista de la época. El Duque Blanco era ario, estricto, frío. Un símbolo de lo que representaba la extrema derecha.

Station to station es un disco soberbio. Incluso hoy suena exuberante. Bowie se metió en el estudio de grabación con una declaración que cabreó a sus seguidores rockeros: “El rock está muerto, es una vieja desdentada”. Con las guitarras zigzagueantes de Carlos Alomar y Earl Slick, Bowie sigue interesado en el soul blanco que ya trató en el anterior disco, Young americans (1975), pero aquí ya se nota su obsesión por los reyes de las máquinas, los alemanes Kraftwerk. Fue la perfecta transición hacia su etapa berlinesa, con discos como Low, Heroes o Lodger. Station to station contenía solo seis canciones con una cima, Word on a wing, gigantesca pieza de soul entre lo meloso y lo trágico, con unos bellísimos dibujos al piano de Roy Bittan, de la E Street Band de Bruce Springsteen. David Buckley, minucioso estudioso de la obra de Bowie definió así este álbum: “Un disco desesperado escrito por una joven de mente desequilibrada”.

Y comenzó a descontrolarse. Cada vez que se ponía delante de un periodista el músico mostraba su extremista pensamiento. “Creo firmemente en el fascismo. La gente reacciona de forma más eficiente bajo un gobierno militar… Me encantaría ser el primer ministro de mi país”. Una de las personas que más ha analizado la personalidad del cantante, Christoper Sandford, escribe en la biografía sobre el músico, Bowie. Amando al extraterrestre: “Desde The man who sold the world [álbum de 1970] en todos los discos de Bowie aparecía el tema del superhombre y de la raza suprema. En 1976, bajo el yugo de la cocaína, empezó a predicar el credo de la supremacía de la raza aria. Su interés por el expresionismo alemán iba acompañado por una obsesión creciente por el fascismo”.

Meses más tarde, en Berlín, alguien pintó en la parte occidental del muro el nombre de Bowie, con las dos últimas letras formando una esvástica. Cuenta la leyenda que Bowie, que ya se había trasladado a vivir a Berlín con su amigo Iggy Pop, lo vio y se horrorizó. Fue cuando empezó a tomar conciencia de hasta dónde había llegado su coqueteo con el fascismo. Tiempo después, el músico justificó su actitud: “En esa época estaba desquiciado, totalmente enloquecido. Funcionaba solo a base de mitología”.

Una pena que con la salida de su nuevo disco, Blackstar, el británico (que justo hoy, 8 de enero, cumple 68 años) no ofrezca entrevistas para poder hacerle la gran pregunta: “Señor Bowie, ¿hizo usted el saludo nazi aquel día de mayo de 1976 en la estación Victoria?”. Eso, una pena...

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Sobre la firma

Carlos Marcos
Redactor de Cultura especializado en música. Empezó trabajando en Guía del Ocio de Madrid y El País de las Tentaciones. Redactor jefe de Rolling Stone y Revista 40, coordinó cinco años la web de la revista ICON. Es licenciado en Periodismo por la Universidad Complutense de Madrid y Máster de Periodismo de EL PAÍS. Vive en Madrid.

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