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MIRADOR
Columna
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Chandalismo

Sorprende la retórica desbocada que las elecciones argentinas y venezolanas provocaron en los líderes castigados en las urnas

David Trueba

Cualquier viaje por los países latinoamericanos te convence de que hay más cohesión en ese continente vital e intenso que entre los europeos. Como símbolo, sus televisiones comparten un interés regional, con un grado de tendenciosidad muy acusado, como si en la campaña electoral del vecino les fuera tanto la vida como en la propia casa. Ese defecto fruto del apasionamiento, los intereses particulares y la apuesta por un modelo algo caduco de hacer política también desvela algo positivo: el destino compartido, la implicación general, una idea colectiva. Así los vaivenes electorales tienen rango de oleada y los cambios electorales en Argentina y Venezuela apuntan una tendencia que condiciona a Gobiernos de la región. Al fondo, la cuestión brasileña se maneja como el viraje hacia la derecha de todo el poder regional.

Sorprende la retórica desbocada que las elecciones argentinas y venezolanas provocaron en los líderes castigados en las urnas. Si Cristina Kirchner dejó la Casa Rosada con una manifestación de fieles y un largo parlamento pidiendo que llorara Argentina por ella, en el caso de Nicolás Maduro el lenguaje era más bélico, porque aún conserva la dirigencia del país y se postula para defender su opción con uñas, dientes y otras extremidades. Sería más criticable este abuso del lenguaje populista si enfrente las opciones alternativas no cayeran también en excesos habituales, que para las costumbres europeas suenan casi a golpismo. Pero antes de mirar los defectos de los demás, sería bueno que reparáramos en cómo la antología de los lugares comunes, el incendiario nacionalista y la retórica belicista también se abren hueco en Europa, con una parte de sus ciudadanos convencidos de que la patria está en peligro por la emigración, por la renuncia a las esencias y por no defender a ultranza lo propio.

Desde que Fidel Castro se puso el chándal deportivo como prenda política que facilitaba además su convalecencia, no son pocos los líderes nacionales que recurren a esa prenda, a medias entre lo militar y lo paisano. Les permite exhibir los colores de la patria asociados a los intereses personalísimos de su partido y su persona. La campaña venezolana, plagada de gorras, camisetas, chándales y banderolas, tenía más de carrera popular que de batalla de ideas. Los candidatos españoles no se atreven aún a ponerse el chándal más que en reportajes ladinos para las teles, pero en sus ropas siempre hay guiños de declaración ideológica. Basta mirar a Francia para ver que el veneno del patrioterismo puede inocularse en cualquier lugar por sofisticado que sea.

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