Libros no
En Argentina solíamos levantar voces enardecidas en defensa de cosas como esta: la libre circulación de bienes culturales

Algunos lectores españoles me han escrito manifestando su intención de enviarme un libro a Buenos Aires. Tuve que explicarles que, por disposición de la Agencia Federal de Ingresos Públicos (AFIP), si el libro llega por correo común —por courier es más sencillo, pero también más caro— quedará retenido en la Aduana y que, para liberarlo, hay que hacer un trámite incompatible con la salud y con la circulación informal de la cultura, a la que periodistas y escritores hemos contribuido tradicionalmente repitiendo el mantra: “Mandame tu libro, te mando el mío”. El trámite implica el desplazamiento a una lejana dependencia de correos, una espera de cuatro o cinco horas y el pago de impuestos y de un monto por cada día que el libro haya pasado allí. Lo espeluznante no es que el sistema se haya instalado silenciosamente en los últimos años, a pesar de que la AFIP perjuró que los libros estarían excluidos de este tratamiento, sino que nadie de la llamada “industria cultural” haya señalado el asunto como, al menos, problemático. Curioso, me digo. En este país solíamos levantar voces enardecidas en defensa de cosas como esta: la libre circulación de bienes culturales. Ahora todos protestan por lo bajo, pero públicamente nadie dice nada. Los medios se lo toman a risa —envían a sus periodistas a hacer el trámite a ver qué tal les va— y conozco a varios colegas que se niegan a recibir libros desde el exterior para no meterse en líos. ¿Esto éramos, después de todo, un rebaño de resignados? Hace poco, dizque por “cambio de gestión”, se suspendió la ya tradicional Noche de los Libros en Buenos Aires. Hubo, una vez más, silencio, y alguien me sugirió una hipótesis para explicar por qué: “Si criticás algo, te tildan de vendepatria, o de boicotear al nuevo Gobierno. Estás de un lado o estás del otro”. Yo, qué imbécil, creí que estábamos todos del mismo lado: del lado de los libros.
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