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EL PULSO
Crónica
Texto informativo con interpretación

Esquirlas del fin del mundo

La geopolítica y sus extravíos nos obligan a todos a ser, tarde o temprano, exiliados

Rafael Gumucio
Vista del bulevar Voltaire, cercano a la sala Bataclan, en los días posteriores al atentado que acabó con la vida de más de un centenar de personas.
Vista del bulevar Voltaire, cercano a la sala Bataclan, en los días posteriores al atentado que acabó con la vida de más de un centenar de personas.Mark Power (Magnum)

Todo empezó con un chileno: Bastián Alexis Vásquez fue el encargado de anunciarle al mundo el fin de la frontera entre Irak y Siria. En el vídeo de ISIS se hacía llamar Abu Safiyya de Chile. Sus padres en Noruega subra­yaron, apenas se les preguntó, que Bastián, nacido y criado en Noruega, no tenía pasaporte chileno. Dejó el hip-hop, su primera pasión, después de amenazar de muerte a la familia real noruega. No se presentó ante el juez que iba a ver su causa; reapareció en el desierto armado de un Kaláshnikov.

No sabemos hasta qué punto Bastián quería ser chileno; solo sabemos que había decidido con todas sus fuerzas no ser noruego. Elsa Desplace tampoco se sentía del todo francesa. Su padre lo era y su marido y su hijo, pero solía decirle a sus tías y primos en Chile que era francesa solo por azar. Ese azar se llamó golpe de Estado de 1973, esa especie de gran estallido que puso Chile sangrientamente en el mapa. Como Bastián Vásquez, Elsa Desplace era una esquirla de ese estallido. No había lugar en su vida para la inocencia de creer que no existen ni los imperios ni los disparos, ni los secuestros. Pero prefirió, al revés de Bastián, seguir del lado de los que no disparan ni amenazan. Tocaba el violonchelo, le indignaba la injusticia. Su marido estaba enfermo el día del concierto de Eagles of Death Metal, en el Bataclan. Su madre, Patricia San Martín, bibliotecaria y dirigente sindical, decidió acompañarla para cuidar a Louis, su nieto de cinco años que también asistió al concierto.

Para algunos, el exilio es una bendición que agrega países donde vivir y quita patrias por las que morir

A París, la familia San Martín llegó en 1976 huyendo de los disparos y las amenazas que proferían los militares en nombre de la patria, Dios y la civilización occidental. Cuarenta años después, las metralletas defendían la civilización oriental, aunque seguían hablando de Dios y la patria: ese califato sin fronteras que anunciaba su compatriota Bastián Vásquez en el vídeo.

A la hora de los disparos, Elsa Desplace tuvo el reflejo de cubrir a su hijo con su cuerpo. Lo encontraron al final del secuestro, fingiendo ser una más de las víctimas para escapar a la furia ciega de los secuestradores. Mi vida consciente empezó como la de Louis, haciéndome el muerto para no morir en mano de los militares chilenos. Después viví el exilio en París, los mismos años que Patricia San Martín y su hija Elsa. Pude ser ellos, no lo fui, no puedo dejar de pensar en ellos cuando miro las velas y las flores en la plaza de la República. Aunque a veces también pienso que pude ser Bastián Vásquez y su ciega necesidad de inventarse un país para no perderse en el que lo adoptó.

Conozco mejor el miedo de Louis que el odio de Bastián, pero sé que, aunque son incomparables, son también parte de un continuo. La geopolítica y sus extravíos nos obligan a todos a ser, tarde o temprano, exiliados. Algunos aprenden que esa es una bendición que te agrega países donde vivir y te quita patrias en nombre de las que morir. Otros no tienen esa valentía. Ante la incerteza de no saber de dónde venimos ni adónde vamos, algunos matan para tener un lugar en el paraíso, otros mueren dejando para siempre marcado el suyo en la tierra. En esta tierra o en otra mejor, si eso es aún posible.

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