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Política eres tú

ILUSTRACIÓN DE MIGUEL NAVIA

Saben qué tienen en común Lisístrata y la Huelga de Todas, las revolucionarias rusas y las Pussy Riot, las Damas de Blanco y las Madres de Mayo, las suffragettes y la Cofradía del Santo Coño de Todos los Orgasmos, Rosa Parks y Ada Colau? A pesar de sus diferencias ideológicas, comparten estrategias que caen en los intersticios de lo que tradicionalmente consideramos Política, en mayúscula. No obstante, son muchas las chispas que las mujeres han hecho saltar. ¿Hemos oído hablar de ellas?

En 1909, en el puerto de Barcelona, mientras las obreras despiden desgarradas a los hijos que parten al frente de Marruecos, las madres burguesas –cuyos hijos, protegidos por el dinero, permanecen en casa– les reparten estampitas religiosas para que recen; las obreras, indignadas, las golpean. Este fue el primer relámpago de una gravísima tormenta: la Semana Trágica, 200 muertos, más de 80 edificios religiosos en llamas, 150 centros culturales obreros y todas las escuelas laicas clausuradas. Las acciones colectivas femeninas continúan. En 1910 se atreven a salir de sus barrios para manifestarse en los espacios públicos del poder contra el abuso sexual infantil, pero se les niega su derecho a reunión. En 1913 lideran una huelga general de la industria textil en contra de la hambruna infantil y la brecha salarial; 13.000 de los 20.000 huelguistas fueron mujeres e infantes, pero no fue hasta el quinto día de interrupción del normal funcionamiento de la ciudad y de sufrir cargas policiales que se les sumaron los sindicatos mayoritariamente masculinos. En 1918 las procesiones de mujeres contra los precios abusivos del carbón desembocaron en la declaración del estado de sitio y la suspensión de los derechos civiles.

Objetivo: la reforma social

Según la historiadora Temma Kaplan, los movimientos femeninos de masas se caracterizan por una conciencia colectiva que surge de sus motivaciones principales: preservar la vida y la paz, oponerse a los agresores. La conciencia comunal de las barcelonesas de principios de siglo no cristalizó en los sindicatos, que no contestaban ni la brecha salarial ni la división del trabajo social, sino en las “vecindarias” o redes para compartir tareas (cuidados, limpieza, trabajo domiciliario, comedores) que se tejieron en el espacio común (mercados, lavaderos, lecherías). Su objetivo no fue el poder, sino la reforma social. Solo desde una perspectiva que conecta participación social con apetencia por el poder se pueden considerar prepolíticos estos espacios solidarios, sus rituales, sus canciones y sus historias. El compromiso político no se limita a la participación en partidos, sindicatos o Gobiernos; existen otras muchas formas de asociacionismo: familia, iglesias, círculos, cooperativas, universidades, Internet, etcétera.

A diferencia de las barcelonesas, las numerosas mujeres del underground revolucionario ruso del XIX y el XX nunca necesitaron enfrentarse a los hombres o actuar sin ellos, porque sus correvolucionarios lucharon por los derechos de mujeres y hombres de todas las clases. Las apoyaron para que accedieran a la educación y se sumaran a la nueva fuerza social: la intelligentsia. La universidad fue su patria, un “oasis sin clases” y un bastión de la libertad de conciencia ante un Estado absolutista, como documenta la historiadora Vera Broïdo, hija de la líder pacifista menchevique Eva Gordon. Gordon se comprometió activamente con una de las preocupaciones de la intelligentsia, la alfabetización de trabajadores y siervos, y enseñó a leer al que luego fue un poderoso dirigente bolchevique, Mijaíl Kalinin. También en Rusia, el hambre movilizó a masas pacíficas de mujeres el 8 de marzo de 1917, Día de la Mujer Trabajadora. Esa chispa encendió la hoguera acumulada durante más de un siglo de acciones desoídas por un zarismo irresponsable: siete días después abdicó el zar y a los seis meses irrumpió la Revolución de Octubre (7 de noviembre en el calendario gregoriano). Poco después, el bolchevismo asesinó a sus contrincantes políticos, Eva incluida.

Son muchas las instancias de movilizaciones de mujeres en España y el resto del mundo. Ellas no tienen una forma específica y netamente diferente de hacer política que los hombres. No obstante, la corporalidad es tan recurrente en el activismo femenino como la invisibilidad de sus aportaciones políticas. Puesto que el cuerpo de las mujeres se concibe como criterio para su exclusión social y política, llamar deliberadamente la atención hacia él contrarresta la asociación simbólica entre feminidad y pasividad. Jóvenes afroamericanas protestan contra la violencia policial (#SayHerName #BlackLivesMatter) a pecho descubierto, siguiendo una vieja tradición africana imitada por las Femen. En Lisístrata, troyanas y atenienses acuerdan una huelga sexual para forzar a sus maridos a terminar la guerra que les enfrenta. En la actualidad, la Huelga de Todas nos invita a abandonar por un día nuestras labores (cuidados, tareas del hogar, consumo) para visibilizar el trabajo no renumerado que sostiene la economía y su precariedad. Un cuerpo que obedece o desobedece es siempre un cuerpo que importa y mucho.

Del 'crimen pasional' a la violencia machista

Para resolver viejos problemas no podemos recurrir al mismo marco conceptual que los creó. Como señala Sonia Ruiz García, doctora en Ciencias Políticas y responsable de transversalidad de género del Ayuntamiento de Barcelona, la construcción social del significado es una práctica política en sí misma. Un ejemplo es el enorme salto interpretativo del crimen pasional a la violencia machista. Rechazar la separación entre la esfera personal y la política redefine el concepto de política y lo hace más inclusivo. Desdibujar las fronteras entre lo privado y lo público permite poner en valor formas de participación, prácticas y movimientos generalmente invisibles como política. Lo cotidiano y la corporalidad adquieren así el significado social, político y económico que merecen. Tanto monta, monta tanto, la micropolítica y la macropolítica.

La revolución conceptual ya está aquí. Asumámosla. Quizá nuestra mayor fuerza resida en aceptar nuestra vulnerabilidad. La globalización de los conflictos bélicos y la pobreza, la crisis sistémica de la economía, la ecología y los cuidados son oportunidades terribles para mirarnos desnudos ante el espejo y asumir que la fragilidad de la vida no es “cosa de mujeres”, ni patrimonio exclusivo de las personas oprimidas, sino de todas nosotras, las personas. No estamos solas. ¿Y tú me lo preguntas?

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