La perfección nace de la práctica, piensa Carmena
Ninguna ciudad está preparada para pasar de un marco de libertad absoluta de circulación a un escenario de tráfico limitado en función de la calidad del aire
Muy en su papel de abuela entrañable, envuelta en un aroma a galleta recién horneada, la alcaldesa de Madrid, Manuel Carmena, se permite el lujo de cometer algunos deslices encantadores. El jueves anunciaba públicamente, aturullada por los engaños medidores de dióxido de nitrógeno, que las medidas excepcionales contra la contaminación (Defcon1, prohibición de circular a más de 70 kilómetros por hora en las vías de acceso a Madrid) se iban a suspender el viernes. Sucedió todo lo contrario; la alarma pasó a Defcon2, es decir, prohibición de aparcar en el centro de la ciudad. Disculpóse al día siguiente y no hubo nada. A Carmena no se le imputa mala intención; si acaso algo de desaliño capilar —mechones desparramados frente a las agresivas permanentes estilo años sesenta de Ana Botella— y una cierta confusión desvalida ante la cruda realidad. ¿Alguien ha notado confusión en Esperanza Aguirre cuando ha explicado el inexplicable caso del recibo de luz de la garita de su palacete? Por cierto ¿alguien conoce alguna garita de 150 metros cuadrados?
El relativo éxito del plan de Carmena (no hubo incidentes, ni atascos, ni una desviación significativa de la normalidad en el primer día de tráfico intervenido) permite suponer que los nietos de Carmena, es decir, los madrileños, tienen un motivo añadido de benevolencia hacia su alcaldesa. El protocolo anticontaminación no es perfecto, pero obedece a principios muy razonables. No es tanto el plan, básicamente una perogrullada (si los motores de combustión agravan la contaminación durante periodos climáticos específicos, lo lógico es reducir el tráfico), cuanto que cualquier solución de emergencia necesita ser probada en tiempo real y con actores de carne y hueso. Y este es el asunto de importancia que se está ventilando en Madrid.
Ninguna ciudad está preparada para pasar de un marco de libertad absoluta de circulación (defendida sañudamente por el PP, a pesar de que obliga a los madrileños a respirar un aire sucio y peligroso para la salud) a un escenario de tráfico limitado en función de la calidad del aire. Se trata de comprobar en cuánto hay que aumentar la cadencia del transporte público, en cuántas personas hay que aumentar la vigilancia de las zonas acotadas, cuántas plazas de parking se necesitan, dónde se deben cerrar las calles, cuántas tarjetas de residentes hacen falta, calcular la cadencia de los cierres, organizar la logística, etcétera. Sólo la práctica perfecciona las medidas de emergencia.
Desde esta perspectiva, la virulencia de quienes acusan al Ayuntamiento de imprevisión, falta de recursos y conducta atropellada carece de justificación. Los argumentos son defendibles, pero carecen de relevancia ante el hecho incontrovertible de que las situaciones excepcionales exigen respuestas políticas rápidas. Mientras Botella preparó un plan con la intención expresa de no aplicarlo (no se prestó atención a las mediciones de partículas y se cambiaron de sitio las estaciones cuando los resultados eran comprometedores), el concejo de Carmena ha entendido que la virtualidad del plan consiste en demostrar que puede aplicarse.
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