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Blogs / Cultura
Del tirador a la ciudad
Coordinado por Anatxu Zabalbeascoa

El novelista del momento mira a su ciudad

Anatxu Zabalbeascoa

Ahora que Purity la esperada última novela de Jonathan Franzen, anda en boca de todos, puede que a quien le interese la arquitectura le parezca oportuno indagar en su primer libro, The 27th City (Ciudad 27 en una antigua traducción de Alfaguara), en el que el escritor le daba la vuelta a la ciudad de Saint Louis.

Ubicada en los años ochenta, la novela recuerda el tiempo, a finales del siglo XIX, en el que Saint Louis llegó a ser la cuarta ciudad más poblada de Estados Unidos. Por detrás de Nueva York, Brooklyn y Filadelfia -y sorprendentemente por delante de Chicago-. Por entonces, aquella metrópolis se convirtió en la puerta de salida de los aventureros que partían dispuestos a construirse una nueva vida en el Oeste del país. Ese umbral fue lo que quiso subrayar, medio siglo después, el arco proyectado por el finlandés Eero Saarinen. El monumento sigue siendo el símbolo de una urbe que hoy, como cuando Franzen publicó su novela, ocupa el puesto 27 en el ranking de las ciudades norteamericanas más pobladas. De esa posición deriva el título de la novela. Que lo que fue un lugar de partida, de abundancia y de esperanza sea hoy una ciudad deslavazada con un centro urbano destartalado (junto al Mississippi, donde se levanta el arco) y un centro académico y cultural (Forest Park y la Universidad de Saint Louis) alejados y en mutua ignorancia es sintomático. Tan sintomático de la sociedad norteamericana como los desmantelamientos familiares que Franzen retrata con inteligencia, ironía y sin caridad.

Así, el escritor está atento no sólo a la batalla que enmascara la placidez familiar sino también a la guerra interna que ocultan los adoquines de las ciudades. Desmitificador hasta la paranoia, el Franzen primerizo demuestra -como apuntó Pairul Sehgal en la inmisericorde reseña sobre la novela que publicó en Slate- que el hijo de un ingeniero (al que sus padres obsesivamente desaconsejaron que no se dedicara a escribir) le demostró a sus progenitores que “con palabras también se puede construir una ciudad. Y destruirla”. 

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