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Navegar al desvío
Columna
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Cuando los sapos tienen razón

Si al presidente no le gustan las críticas, el ejercicio crítico es la hemoglobina de la libertad de expresión

Manuel Rivas

En una de sus escasas comparecencias no propagandísticas, el presidente del Gobierno español confesó que no se deleitaba en leer informaciones o comentarios en los que era sometido a la crítica. No obstante, Mariano Rajoy declaraba que se consideraba “razonablemente bien informado” y desmentía que su única lectura periodística a fondo fuese la de un diario deportivo. Fue el propio presidente quien desveló en el pasado que a la hora del desayuno tenía que disputar con su hijo mayor la supremacía por el leer el Marca.

No sería verosímil ver desayunar a Rajoy leyendo a James Taranto en The Wall Street Journal

Quizá su intención al contarlo era establecer una cercanía, ese consejo envenenado que reciben los políticos para mejorar su imagen, el transmitir familiaridad. Somos lo que leemos y en esa imagen de la pelea matutina por el Marca hay una indudable comicidad conservadora. Es posible que a la misma hora, José María Aznar, sin que nadie le dispute la primacía, esté leyendo al comentarista James Taranto, un primer espada en The Wall Street Journal y que ha marcado paquete con artículos del tipo Generalísimo Francisco Franco Is Still Dead – But For Some Not Dead Enough (Franco está todavía muerto, pero no lo suficiente para algunos). Una tesis irónica que no deja de tener su gracia, si le damos la vuelta a la ironía.

Por ahora no sería verosímil ver desayunar a Rajoy leyendo a James Taranto en The Wall Street Journal, y mucho menos echando una ojeada al Financial Times, donde le aconsejan una revolución del sentido común para dialogar en Cataluña. Lo imprevisible es lo que lleva a un trending topic, y Mariano Rajoy podría conseguirlo si aparece una mañana escudriñando el Sport de Barcelona, o incluso con La Vanguardia bajo el brazo. Pero me da la impresión de que se sentiría igual de incómodo que con El viejo topo.

Los que escriben críticamente sobre la gestión gubernamental ya saben que no son leídos por un presidente que no lee ni escucha críticas en los espacios informativos más independientes. Hay medios muy amables con el Gobierno, y comentaristas que puede leer con comodidad. Pero incluso esos aplauden despacio, con cierta desgana, porque intuyen que Rajoy tampoco los consume. Estos, los despechados, serán los primeros en irle a la yugular el día del churrasco final.

Es preocupante un presidente que no lea críticas. Debería ser una exigencia profesional. Hay que tragarse los sapos, sobre todo si los sapos tienen razón. E incluso hay críticas muy deportivas, que ayudan a mantenerse en forma. Ha habido varios ejemplos recientes de que el Gobierno puede acertar cuando rectifica, aunque sea a medias: la atención sanitaria a los inmigrantes indocumentados, o la posición ante los refugiados. Cuando la sordera del poder es total, enseguida hace acto de presencia la desinteligencia.

El periodismo, si no es estupefaciente, es una forma de activismo que se rebela contra la suspensión de las conciencias

Puede resultar preocupante un presidente desatento a las críticas o a las informaciones que reflejan una realidad indócil con el discurso oficial, pero es mucho más inquietante el proceso de conversión de los medios públicos estatales en terminales gubernativas. El presidente afirma que está “razonablemente bien informado”. La información que recibe la sociedad española de los medios de titularidad estatal ni es razonable ni es buena. En materia informativa, en los telediarios, estamos en la fase paleolítica de la Transición. Hay demasiadas averías en que nuestro estado de cosas se parece al malvado bolivarismo que es como el Joker, el enemigo de Batman, en nuestras pantallas. Y una de esas averías es esa deglución sectaria, extremista, de los medios públicos, donde sólo falta que aparezcan de contertulios Donoso Cortés, Ramiro de Maeztu y Menéndez Pelayo. El periodismo, si no es estupefaciente, es una forma de activismo que se rebela contra la suspensión de las conciencias y la sustracción de ese bien democrático básico que es la información, empezando por la que más escuece.

Si al presidente no le gustan las críticas, el ejercicio crítico es la hemoglobina del periodismo y la libertad de expresión. Claro que la historia tiene mucho de thriller y el James Taranto de Rajoy va a resultar Aznar. Los comunicados de la FAES, la fundación que preside, la más potente del pensamiento conservador, con pretensiones de expansión de España a América Latina, han sonado en los últimos tiempos como las campanadas que marcan los asaltos de un combate. En el laboratorio de ideas trabaja el espíritu de Macbeth. Y Rajoy ya podrá empezar a distinguir el verdadero periodismo crítico, que no pretende dominar, de la daga insaciable que lucha por el poder.

elpaissemanal@elpais.es

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