Repartir las culpas
El engaño de Volkswagen simulando que sus coches eran poco contaminantes es una prueba más de cómo actúan a veces las grandes empresas. Intentan convencernos de su preocupación por la ecología, pero no es más que una estrategia de marketing, un argumento para vender más. Si, como parece, van a tener que sufrir un sinfín de sanciones, de demandas y de reparaciones que les supondrá perder mucho dinero, será un escarmiento ejemplar. Sin embargo, el asunto no debería afectar demasiado al prestigio y a la imagen de una marca que lleva 80 años fabricando coches fiables y de calidad, porque la culpa no es de los casi 600.000 trabajadores, diseñadores, técnicos, ingenieros, mecánicos y vendedores, que hacen su trabajo, sino de un puñado de directivos tramposos a los que la propia firma debería exigir las mayores responsabilidades.— Jaime Tapia-Ruano
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