Desconexión
Cuando se vayan de vacaciones, desconecten sus ordenadores, el router, la impresora, y antes de cerrar la puerta, desconéctense también a ustedes mismos
Pasará el verano y todo seguirá igual. En septiembre volveremos a sumergirnos en el conflicto catalán, en la tragedia griega, en la acuciante presión del calendario y las maniobras de todo tipo —de izquierda a derecha y viceversa, de dentro hacia fuera y al revés, de la fragmentación a la unidad o no— destinadas a obtener ventaja en lo que se adivina como un implacable ejercicio de canibalismo disfrazado de campaña electoral. Pero mientras tanto el verano nos ofrece un bálsamo reparador, una beneficiosa terapia de descanso que, en la era tecnológica, podemos asimilar al procedimiento que aplicamos a los aparatos que gobiernan nuestra vida. Cuando se vayan de vacaciones, desconecten sus ordenadores, el router, la impresora, y antes de cerrar la puerta, desconéctense también a ustedes mismos. Recuerden aquella época en la que vivíamos desconectados y no nos pasaba nada. Como no había móviles, apenas hablábamos con nuestra familia, pero no nos queríamos menos. Como no había Internet, si se nos olvidaba comprar el periódico, no nos enterábamos de lo que pasaba en el mundo, pero el mundo seguía existiendo. Eso sí que era descansar, el verano en la casa del pueblo, con río y sin televisión, con mercadillo y sin centros comerciales, con largas siestas, noches largas y nada que hacer entretanto. Así descansaba el cuerpo pero, sobre todo, el espíritu, porque a mediados de agosto ya echábamos de menos la actividad, la velocidad, la sobrecarga de la conexión. La primera mitad de 2015 ha sido frenética, la segunda promete ser peor, nada es más agotador que vivir haciendo equilibrios en un cable de alta tensión. Yo me desconecto hasta septiembre con esta columna. Desconéctense ustedes y sean muy felices este verano.
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