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MIRADOR
Columna
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Aguas calmadas

La labor del periodista no es solo informar, es agitar, pedir luz donde hay dudas

David Trueba

No conviene zanjar el debate sobre la competencia del periodismo para tener voz, sin acordarse de la pelea del periodista Ali Lmrabet por lograr recuperar un espacio crítico en Marruecos o la desaparición de los tres periodistas españoles en Alepo. Junto a José Manuel López y Ángel Sastre viajaba Antonio Pampliega, que hace algún tiempo nos alertó sobre las condiciones laborales de los reporteros en zona de conflicto, sin el respaldo de una empresa, enlazando piezas para poder sostenerse económicamente sin que la sociedad acabe de entender su valor fundamental en el mercadeo de la información. Mientras el espacio mediático lo ocupa cada vez más la celebración de lo inane con el atontamiento lúdico de una audiencia a la que se festeja cuanto más chabacana y reaccionaria sea, el periodismo pelea por seguir arañando no en la epidermis sino en la esencia del nuevo mundo que estamos creando. 

En la vida cotidiana, cualquier periodista se topa con situaciones donde no puede sopesar tanto el riesgo al error como la catástrofe de callarse. Hace unas semanas leí en la prensa el caso de un joven que había sido condenado en Barcelona por abusos sexuales. Se llama Joan Cardona y fue identificado por la víctima como el autor de tocamientos en el portal. Ha sido condenado a tres años de cárcel tras perder el recurso en la Audiencia Provincial. Pero quedan en el aire dudas razonables sobre su identificación. El agresor conducía una moto y llevaba casco, cuando el condenado jamás ha tenido moto ni ha conducido ninguna. También sorprende que fuera cliente habitual del supermercado donde trabajaba la mujer víctima de la agresión y siguiera acudiendo a ese local con normalidad hasta que fue señalado por ella. También que viviera en la misma manzana y no variara en ninguna medida sus rutinas después del hecho. Además, es homosexual y con pareja estable en el momento en que sucedió la agresión.

Quiso el azar que me cruzara con el padre del condenado, que está a punto de entrar a cumplir tres años de cárcel, y que me trajera en la mano las sentencias y el recurso, donde la fiscalía se suma a las dudas en la identificación del acusado, sin negar que el suceso tuviera lugar y la agredida lo padeciera realmente. Las lágrimas de ese padre desamparado ante la autoridad judicial, también mueven el periodismo para pedir más luz donde aún reinan las dudas, más responsabilidad ante las consecuencias de una decisión. Nuestro trabajo es agitar las aguas calmadas.

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