¿Quién teme a la Generación Perdida?
La que cargaba con el estigma de Generación Perdida pasó a ser una maravillosa Generación Germinal
Una de las extravagancias del compositor Erik Satie era escribir cartas que no enviaba nunca a sus destinatarios. Espléndidas, como se supo mucho tiempo después cuando fueron publicadas en libro. Eso nos da una idea de lo solitario y lo incomprendido que se sentía. Era un artista genial, es decir, un antiartista, en una época con el reloj atrasado: “Vine al mundo muy joven en un tiempo muy viejo”. Su música llega cada día más lejos, como un viento de sutil ironía escapado del laberinto histórico. En el decir de Vicente Molina Foix, “Satie es el maestro del desconsuelo optimista”.
Es este un hallazgo de magnífica precisión. Falso, obsoleto y peligroso el optimismo todavía imperante del Progreso Imparable, ¿por qué no valernos de “un desconsuelo optimista?”.
Las notas musicales de Satie podrían haberse precipitado en el silencio, pero se abrieron paso con una rebeldía competente. Frente al cinismo inapetente, cómo cunde un desconsuelo optimista.
–You are all a Lost Generation!
“¡Sois todos una Generación Perdida!”, le espetó Gertrude Stein a un joven Hemingway. ¡Qué puntería, la de la poeta botánica de una rosa es una rosa es una rosa!
Nada se pierde en esa generación. La de Manhattan Transfer, de John dos Passos; El ruido y la furia, de William Faulkner, o Las uvas de la ira, de John Steinbeck. La que cargaba con el estigma de Generación Perdida pasó a ser una maravillosa Generación Germinal.
Es un cartón que lleva una muchacha, con un desconsuelo optimista, mientras suena El blues de la Generación Perdida, de Amaral. Dice la pancarta: “Pronto usados, pronto tirados”
Es una buena noticia que en la España actual la llamada Generación Perdida le esté dando un corte de mangas al destino. Es la generación del desconsuelo optimista. De la rebeldía competente. En El hombre rebelde, Albert Camus habla de la necesidad de un primer “no”, un “no” fundacional. El “no” a la injusticia. Pero ese “no” es la potencia afirmativa. Es un movimiento que dice que sí a todo lo que merece la pena.
En este largo y perseverante estado de excepción económico, que es también una quiebra social, cultural y política, la etiqueta de Generación Perdida ha sido adjudicada con notable éxito onomástico a los adolescentes y jóvenes inmersos en los efectos del shock. Una denominación que se basaba en una fatalidad estadística: más del 50% de desempleo juvenil, junto con una alta tasa de fracaso y abandono escolar. Pero esa etiqueta, al igual que otras que le precedieron, como Generación X o Generación Ni-ni (Ni estudias, ni trabajas), no era ni es neutral. En su intencionalidad, respondía más a la taxidermia conservadora que a una expresión sociológica.
Como ocurre con las tragedias griegas, parecía un designio propio del destino. La generación de la crisis como Generación Perdida. Se incorporó al lenguaje habitual de políticos y analistas españoles, pero también pasó a figurar como tópico en la retórica de los portavoces del FMI, la OCDE o la Comisión Europea. La juventud española como sinónimo de Generación Perdida. No parecía ser el resultado de una causalidad, de una política de corrosión y abaratamiento, sino una especie de peste bíblica o de accidente natural que por casualidad castigaba en especial a la península Ibérica, pues Portugal también tiene su Generación Perdida.
Hay muchos carteles y grafitis que explican mejor lo ocurrido que muchos de esos informes de expertos que nunca han pisado una calle de barrio ni un hospital ni un centro público de enseñanza. Me quedo con uno, muy sencillo, recién visto en un documental sobre el 15-M. Es un cartón que lleva una muchacha, con un desconsuelo optimista, mientras suena El blues de la Generación Perdida, de Amaral. Dice la pancarta: “Pronto usados, pronto tirados”. Eso es lo que está en el núcleo de lo que ha ocurrido, de lo que está ocurriendo, de lo que se quiere establecer como futuro.
Sobre generaciones, hay un texto muy interesante de Ortega y Gasset, cuando era un joven rebelde y competente. No habla de una Generación Perdida, sino que arremete contra lo que denomina Generación Delincuente. El fragmento aparece en El tema de nuestro tiempo (1923): “La generación delincuente se arrastra por la existencia en perpetuo desacuerdo consigo misma, vitalmente fracasada. Yo creo que en toda Europa, pero muy especialmente en España, es la actual una de estas generaciones desertoras”.
¿Quién es hoy esa generación desertora? No, desde luego, la Generación Perdida. En lugar de desertar, en lugar de la desafección, ha elegido el “no” a la injusticia de Albert Camus: ese movimiento que dice sí.
elpaissemanal@elpais.es
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