El niño de la maleta
Las autoridades no pudieron permitir, cuando el caso se personaliza como ocurrió con Adou, quedar como los malos en una película tan emotiva
La peripecia de Adou para entrar en España y reunirse con sus padres regala un análisis esclarecedor sobre el funcionamiento de los Gobiernos. Sería un poco pobre consolarse con la anécdota o la ya anunciada película con final feliz para la tele. Mientras la valla fronteriza es cada vez más alta y las dificultades de alcanzar una migración legal cada día son más bajas, la sociedad es enmudecida con noticias que hablan de la presión de los norteafricanos para entrar en Europa. Su aventura dramática precisa de una pátina de humanidad cada vez que hay un naufragio masivo, pero también de apropiados pánicos para endurecer las leyes, la represión y la devolución urgente e internamiento por contrarios al derecho que sean. Por eso la aventura del niño que atravesó la frontera española embutido dentro de una maleta cobra tanto interés.
Esa imagen del escáner de vigilancia, ya icónica, con el niño plegado sobre sí mismo dentro de la maleta, es una variante de la ecografía preparto que todos los padres atesoran de foto fundacional del álbum centrado en sus hijos. Las autoridades no pudieron permitir, cuando el caso se personaliza, quedar como los malos en una película tan emotiva. Así que a un ritmo inusitado para nuestro funcionamiento legal, los padres fueron reunidos con el niño y los informativos nos propusieron una vida futura y plena en Fuerteventura para esta familia de Costa de Marfil. Estamos todos tan contentos que dan ganas de que el próximo telediario lo patrocine alguna marca de refrescos.
Y sin embargo, por debajo de esta aventura grotesca sigue circulando la estricta normativa de reagrupamiento familiar. Llevamos años viviendo muy de cerca la tragedia de emigrantes con tarjeta residencial en España que se ven incapaces de traer a sus hijos menores a vivir con ellos porque la ley les pone todo tipo de trabas, exigencias económicas y barreras normativas. Es habitual que sean las mafias, previo pago de cantidades pornográficas, como les sucedió a los padres de Adou, las que se encarguen de las gestiones burocráticas bajo cuerda o el cruce de fronteras furtivo. Los precios oscilan en varios miles de euros, extraídos del salario de gente humilde con la connivencia de una autoridad que se tapa los oídos y los ojos, eso en el mejor de los casos. Pero en la peliculita urgente de estas semanas, todos querían jugar el papel de buenos.
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