El futuro es de las renovables, pero tienen un coste
El avión Impulso 2 confirma las esperanzas en la energìa solar, aunque demuestra también sus limitaciones
Desde las fabulaciones febriles de Verne y de la excitación por la aventura (y la notoriedad) de Charles Lindbergh apareció en 2005 el proyecto de avión solar Impulse, con un coste de unos 90 millones de dólares. En resumen, se trata de construir un avión que funcione con la misma seguridad que un jet convencional utilizando energía solar. Si nos saltamos los entreactos, nos situamos en Dubái, a principios de marzo de este año. El avión solar Impulse 2, modelo mejorado de los primeros prototipos, inicia una vuelta al mundo. Recorrerá 35.000 kilómetros orientado al sol, como los girasoles, con las alas recubiertas por 17.000 células fotovoltaicas que captan la energía solar durante el día y la almacenan para el vuelo nocturno. En teoría, su autonomía es ilimitada; en la práctica, el aparato que pilota el suizo André Borschberg depende de que haga buen tiempo. Digamos que es un juguete aéreo a merced de los rayos solares.
Por el momento, el Impulse 2 tropieza casi con tantas dificultades como Phileas Fogg. Durante dos semanas el viaje estuvo varado en China debido a las malas condiciones meteorológicas. En la madrugada del sábado partió de Nanjing con destino a Hawái. El propósito del piloto era cubrir el séptimo tramo del plan de viaje, durante el cual debería recorrer 8.000 kilómetros de océano. Peligro y excitación; el Impulse 2 nunca ha sobrevolado un océano ni permanecido en vuelo durante más de 24 horas. Pero las expectativas se han frustrado, porque ha tenido que aterrizar en Nagoya (Japón). De nuevo por el mal tiempo. A este paso, sólo podrá volar sobre la Costa del Sol.
¿Valor del experimento? Permitirá perfeccionar los sistemas de captación y almacenamiento de la energía solar mediante un método empírico, aplicado en una situación de riesgo; es el primer paso para reducir el consumo de combustible en una de las actividades (transporte aéreo) que queman más oxígeno atmosférico; extenderá sin duda las aplicaciones ingenieriles desde el avión a otros medios de transporte, porque ya se sabe que cualquier artilugio que funciona en un ámbito (en este caso, el cielo) funcionará a medio plazo en otro (en carretera, sobre raíles o sobre las olas). El mundo del futuro que sugiere el Impulse 2 no ofrece cremas protectoras contra la radiación de fondo de la corrupción (¿y si la FIFA u Orange Market se hacen con los contratos para operar el avión?), pero puede contribuir a evitar un colapso energético.
Todavía queda mucho presente para llegar a ese futuro. La lección del Impulse 2 tiene dos capítulos: el optimista (¡qué limpio quedará el aire con superjumbos solares!) y el realista. Cualquier cambio tecnológico, y el paso de las energías tradicionales a las renovables es una encrucijada vital, exige pagar un coste de innovación. No todas las sociedades pueden pagarlo (la española, por ejemplo, no pudo) y muestran sabiduría política quienes escogen el momento para incorporarse al cambio. Las renovables tienen un coste y varias limitaciones (como demuestra el periplo interrumpido del Impulse 2) con las que hay que contar antes de caer en la exaltación.
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