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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Responsabilidad individual, riesgo colectivo

Solo hay una forma de que sirva para algo la acción del piloto que mató a 149 personas

Una vez descartada la explicación terrorista como causa de la muerte de 150 personas en el siniestro aéreo de los Alpes, pasan las semanas sin que sirva de suficiente consuelo la hipótesis de la responsabilidad de un loco. Imposible saber hasta dónde llega el trastorno mental y dónde empieza el presunto asesino. Porque lo era el que probó hasta cinco veces el modo de estrellar el avión en el vuelo de ida Düsseldorf-Barcelona, hasta que consiguió su propósito al regreso. Falta saber cómo puede evitarse que otra persona de salud mental perturbada se cuele en la plantilla de pilotos de un grupo de aviación, y más después de lo sucedido en un país tan eficiente como Alemania.

Los pilotos no son una élite inmunizada contra la enfermedad mental. Como tampoco lo son los profesionales y otros trabajadores de los que depende la vida de mucha gente. No somos conscientes de la responsabilidad depositada sobre las personas que, a la postre, garantizan el derecho colectivo a subirse a un avión, un tren, un autobús o a un convoy del metro con un alto grado de seguridad.

Se habla poco de esto porque el debate resulta explosivo en sociedades con una arraigada cultura de protección de los datos personales. Retirar a ciertos grupos de profesionales el derecho a la reserva sobre su salud entra en terreno pantanoso. El médico que acredita la baja de un paciente no está obligado a conocer la empresa en la que este trabaja, y solo ha de comunicarse con las autoridades en casos de declaración obligatoria de una enfermedad o accidente. Ahora bien, cuando se trata de la vida de otros, es necesario encontrar un buen equilibrio entre los derechos individuales y los riesgos colectivos.

Si se tiende a excluir sistemáticamente a cualquier persona a la que se le observe un problema mental, nos exponemos a que algunos pilotos o conductores traten de ocultar sus dificultades por temor a la pérdida de la licencia o del puesto de trabajo. La otra opción consiste en mejorar los controles médicos periódicos para evaluar la aparición de riesgos y discriminar así aquellos casos en los que se requiere intervenir. Lo cierto es que los operadores de transportes no pueden eludir un compromiso aún más fuerte con la seguridad, por difícil que parezca mejorarla en un medio reconocidamente seguro como es la aviación comercial.

Hay quien piensa que los avances tecnológicos lo resuelven todo. Se trata de una falsa ilusión: al final, todo está subordinado a una decisión humana. Los profesionales de los que dependen muchas vidas, sus asociaciones, sus sindicatos y las empresas que les emplean han de ser conscientes de que necesitan entenderse para establecer servicios de consulta psiquiátrica capaces de diagnosticar, cuidar y seguir a las personas a las que se encomienda la responsabilidad de otras muchas vidas. Solo así habría servido para algo, por paradójico y terrible que parezca, el gesto de quien arrastró a la muerte a 149 personas.

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