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¿Se llevará bien algún día la literatura con Internet?

Llevan años tratando de ignorarse y pronosticar la muerte del otro. ¿Retrarán algún día las novelas la Red de forma realista?

Berty Hardy

En el mejor de los casos, se refieren a Internet como una herramienta útil. Cuando se ponen estupendos, conceden que es algo que tiene futuro. Como con el alcohol, añaden que se debería usar de modo responsable e insisten en que ellos mismos la emplean de vez en cuando (su tono es el del homófobo que afirma que tiene amigos gais). No son amish. Ni tertulianos. Son novelistas y críticos literarios de 2015.

Las novelas que dejan fuera la tecnología fallan al representar la realidad del mismo modo que fallaban en representarla los victorianos que dejaban fuera el sexo Kurt Vonnegut

Kurt Vonnegut escribió en uno de los artículos de Un hombre sin patria (Bronce) que “las novelas que dejan fuera la tecnología fallan al representar la realidad del mismo modo que fallaban en representarla los victorianos que dejaban fuera el sexo”. Pero el mundo literario parecía necesitar que grandes firmas se decidieran a escribir novelas con wifi para debilitar el estigma. Y eso ha sucedido.

La última historia de Thomas Pynchon, Al límite (Tusquets), plantea a una detective en Silicon Alley (donde se concentran las empresas relacionadas con Internet) envuelta en una trama delirante y conspiranoica que toca tanto el desplome de las torres en el 11-S como el de las puntocom. Jonathan Lethem, que afirmó que esta novela podría haber sido publicada en 1973 si no fuera porque aparece Internet, ya exploró en Chronic City (Mondadori) las vidas de unos perdedores fumetas que pujaban por objetos raros en eBay, en un escenario de tracas de rumores e identidades falsas (Internet como metáfora de Manhattan, o al revés).

La última historia de Thomas Pynchon, Al límite (Tusquets), plantea a una detective en Silicon Alley. La crítica dijo que podría haber sido publicada en 1973 si no fuera porque aparece Internet

Dave Eggers también especuló en El círculo (Mondadori) con un todopoderoso sistema operativo que aniquilaba el anonimato en la Red. Y Wayne Gladstone planteaba en la también reciente Notes from the Internet Apocalypse un escenario que a escala doméstica todos hemos vivido: la caída de Internet. Los terrícolas se ven obligados a replicar sus comportamientos 2.0 en clubes donde se intentan vivir las perversiones del porno online y en comunidades que torturan a los animalitos hasta que hacen algo mono (gatito, ¡te he dicho que toques Stairway to heaven con ese ukelele!).

Los autores milénicos no han tenido tantos reparos. Por ejemplo, gran parte de Richard Yates (Alpha Decay) es una novela epistolar digital. “Durante todo este tiempo me has gustado más cuando hablábamos por el chat de Gmail y no cuando nos veíamos en persona”, escribe su autor, el joven Tao Lin.

Que Ana Karenina duraría alguna página menos si su protagonista pudiera enviar discretos Whatsapps a sus pretendientes es un hecho. También lo es que la visión de Internet como una fuerza invasora que amenaza a la literatura con mayúsculas y de la que la novela se puede aislar levantando un búnker e ignorándola es cada día más difícil de defender. En ese búnker parece que ya se coge wifi con facilidad

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