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Columna
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La detención

La llamada “amnistía fiscal” ha sido un eufemismo para legalizar un estado de indecencia

Manuel Rivas

Respiro aliviado al ver que en Corea del Norte ha vuelto a verse en público a la esposa del líder supremo, Kim Jong-un, después de una larga e inquietante ausencia. La fotografía de la noticia recoge el momento de una ovación en el palco de autoridades. Por la dirección de miradas y palmas, es al rollizo sátrapa a quien aplauden y no a la bella Ri Sol-ju. Las imágenes de actos oficiales que nos llegan de países enjaulados suelen tener en común el captar la ovación indescriptible. El aplauso que se aplaude a sí mismo. El aplauso incondicional, unánime, que se prolonga como una ceremonia destinada a macerar y detener el tiempo. Es el aplauso el que dirige la mente y no al revés. Cambiando de época y lugar, Eugenio D'Ors anotó con melancólica ironía después de haber pronunciado una conferencia: “Hubo ovación, pero no fue indescriptible”. Hemos vivido cautivos durante mucho tiempo de indescriptibles ovaciones. Alguien definió la caza aristocrática del zorro en Inglaterra como la persecución de lo inexplicable por lo indescriptible. Aquí, lo inexplicable se fundía con lo indescriptible en una ovación final. La ovación a la corrupción. Ahora ha sido detenido en España por presunto blanqueo y otros oscuros delitos monetarios el otrora vice-dios de Economía y Hacienda. Cuentan las crónicas que público espontáneo, al parecer afín a su ideario político, le afeo mucho la conducta. Quizás Rato ha prestado un gran servicio a España: ser la gota que colma el vaso. Es esa gota la que apresa el agente aduanero cuando agarra por la nuca al exdirector del FMI. La llamada “amnistía fiscal” ha sido un eufemismo para legalizar un estado de indecencia. Pero, por otro lado, asoma una revolución decente: se acabaron las ovaciones indescriptibles con triunfal vuelta al ruedo.

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