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Columna
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Lo obvio y lo real

Rajoy será probablemente el único candidato que repetirá. El PP representará el pasado contra todos

Josep Ramoneda

Después de años renegando de la herencia socialista, causa de todos los problemas de España, Rajoy se fija como objetivo, para ganar las próximas elecciones, alcanzar antes de finales de año el número de parados y de afiliados a la Seguridad Social que había cuando Zapatero abandonó el poder. Extraño éxito del presidente: ya estamos como cuando llegué. Es una muestra más del desconcierto que ha aflorado en la derecha después de una derrota en Andalucía superior a lo que se esperaba.

“Orgullo de ser del PP”. Cuando se apela al patriotismo de partido, es porque se ha captado que más allá de los fieles el discurso ya no es atendido. Lo están diciendo los barones, de Feijóo a Fabra, cuando afirman que lo que falla es la comunicación. Sus palabras no llegan, porque hace tiempo que se renunció a un discurso político. Desde el punto de vista económico, los resultados —desigualdad abismal, precariedad, incremento de la pobreza, hundimiento de los salarios— demuestran que el proyecto político era inconfesable, por eso Rajoy se escudó en que “no hay alternativa” y se puso a rebufo de la ortodoxia alemana. Y cuando intentó compensar a los suyos con la restauración conservadora se pilló los dedos: la reacción contra su reforma de ley del aborto le desconcertó y bajó el diapasón, sin por ello renunciar a restringir derechos como se ha visto con la ley mordaza.

El presidente se ha ido parapetando detrás de las cifras y ha perdido visión. “Lo obvio es lo real”, ha dicho a sus correligionarios. Su problema es que lo obvio para él y lo obvio para los ciudadanos no es lo mismo, porque para estos no hay expectativas de futuro. El que no tiene trabajo encuentra enormes dificultades para conseguirlo, y el que lo consigue no siempre recibe un salario y una estabilidad suficientes para vivir en condiciones dignas. Cierto que hay crecimiento, cierto que hay señales de recuperación, pero pésimamente redistribuidos, que sólo alcanzan al segmento de la población menos afectado por la crisis.

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En otoño Rajoy será probablemente el único candidato que repetirá. El PP representará el pasado contra todos. Para afrontar esta batalla recurrirá al miedo y a la descalificación. Todo lo que no es establecimiento bipartidista es presentado como populismo, en una concepción tan estrecha de la democracia que la reduce a la alternancia entre casi iguales. El más grave caso de populismo que se ha dado en la España democrática ha sido la campaña electoral de Rajoy de 2011, cargada de promesas que sabía perfectamente que no podría cumplir. Para ocupar las instituciones y usarlas a su antojo, el PP no necesita aprender de nadie. El temor al pluripartidismo y a la fragmentación del espacio político es una reacción corporativista que por sí sola demuestra que el régimen necesita oxígeno. Aprendamos de los ingleses: bienvenidos los nuevos y que cada cual juegue lealmente sus cartas. Los ciudadanos decidirán. ¿O no es eso la democracia? 

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