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palos de ciego
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Politics & policy’

Uno de los problemas de la política en españa consiste en la absoluta confusión entre las ganas de llegar al poder y el saber utilizarlo

Javier Cercas
Pablo Amargo

Cenando en un bistrot de Washington, Marc Bassets, corresponsal de este periódico en la capital norteamericana, menciona la diferencia que hacen los gringos entre politics y policy: la politics vendría a ser el arte de llegar al poder y permanecer en él; la policy, el arte de usarlo. La distinción me parece al instante iluminadora, de entrada (o sobre todo) para nosotros: uno de los problemas de la política en nuestro país consiste en la absoluta confusión entre politics y policy; o, si se prefiere, en el predominio absoluto de la politics sobre la policy. Esto es muy visible, me parece, en los medios de comunicación. En ellos, cuando se entrevista a un político, de lo que se habla es de cómo piensa llegar al poder, de los resultados que le auguran las encuestas, de qué alianzas establecerá y con quién, de los intríngulis de partido (es decir, de la politics); en cambio, apenas se habla de qué va a hacer con el poder cuando llegue a él, o de qué está haciendo ya, de cómo va a mejorar la educación, la sanidad o la economía, o de cómo va a conseguir que no sólo los tontos paguemos impuestos (es decir, de la policy). Yo también procuro no chuparme el dedo, así que ya sé que sin politics no hay policy: al fin y al cabo, no hay forma de administrar el poder sin tenerlo; pero la politics sin policy es despreciable, porque es despreciable querer el poder sin saber para qué se quiere, por simple y salvaje voluntad de poder: eso no es política sino arribismo. La politics sin policy es el triunfo de Maquiavelo, el triunfo del politólogo, el fracaso total. Mucho me temo que a bastantes políticos y politólogos lo anterior les parecerá una ingenuidad pueril; no sé si llevan razón, pero en cualquier caso es mil veces preferible ser un ingenuo que ser un corrupto.

De joven detestaba la política, pero en cuanto tuve un hijo sentí que o haces la política o te la hacen

Al día siguiente de cenar con Bassets me encuentro con César Aira en Union Station, la estación de ferrocarril de Washington. Como se sabe, Aira es quizá el primer narrador argentino actual y sin duda uno de los primeros de nuestra lengua, responsable de decenas de novelas delirantemente lúcidas y divertidas, y durante las casi tres horas posteriores, mientras viajamos juntos hacia Nueva York, hablamos de todo o de casi todo, pero sobre todo de Borges. En determinado momento, Aira evoca a cierto escritor malogrado, dice, por la política. “Si hay algo que detesto es la política y el fútbol”, dice. “De hecho, si te fijás bien, las crónicas de fútbol y de política se parecen muchísimo; a veces son casi intercambiables. Por lo demás, lo peor es que, cada vez que triunfa la política, se detiene la historia”. Le pregunto qué quiere decir. “Mira lo que pasó en la Unión Soviética”, me contesta. “Mira lo que pasa en Cuba”. Le pregunto si alguna vez le interesó la política y me contesta que sí, que de joven, cuando tuvo un acceso de fiebre revolucionaria y fue detenido y encarcelado durante una breve temporada. En ese momento me acuerdo de una frase de Eugenio d’Ors (“En Madrid, a las siete de la tarde, o das una conferencia o te la dan”) y le digo a Aira que a mí me pasó lo contrario que a él, que de joven detestaba la política, o poco menos, pero en cuanto tuve un hijo sentí, no sé si con razón, que o haces la política o te la hacen; luego le hablo de la diferencia entre politics y policy, le digo que, contra lo que yo creía de chico, Borges es un escritor seriamente político, pero no le digo que algunos de sus relatos también son políticos y que Borges tal vez despreciaba la politics, pero no la policy; tampoco le digo que, a mí, algunas de sus propias novelas me parecen muy políticas, y que quizá lo que él detesta no es la policy, sino la politics.

A la mañana siguiente un coche me lleva desde Nueva York hasta Boston. El chófer es un tipo medio ruso y medio ucranio que considera un traidor a Gorbachov y un héroe a Putin y que acaba de descubrir el pasodoble español en las playas mexicanas de Cancún; escuchando a todo volumen Paquito el chocolatero, mientras el chófer me ilustra sobre política rusa y desfilan al otro lado de las ventanillas los restos de la mayor nevada de la historia de Massachusetts, me siento exactamente igual que si hubiera ingresado de repente en una novela de Aira y me pregunto si aquello es más bien politics o policy. Me respondo que ni idea.

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