“Mi identidad no me convierte en culpable”
Osman Mohammed es un estudiante keniano de etnia somalí Desde los ataques de Al Shabaab su vida es una lucha por vencer estigmas
"Cuando hay un ataque, todo el mundo piensa que los musulmanes y los somalíes somos terroristas", sentencia Osman Mohammed Osman, estudiante de 20 años. Osman es de Kenia, pero sus raíces son somalíes. Sus rasgos delatan sus orígenes, impidiéndole llevar una vida normal en su propio país. Vive y estudia en Nairobi, la capital, que durante los últimos años ha sido objetivo de varios atentados terroristas.
El pasado jueves 2 de abril, el grupo extremista islámico Al Shabaab cometió el atentado más letal desde 1998, causando 148 muertos durante la toma de rehenes en una residencia universitaria en la ciudad keniana de Garissa, situada a unos 200 kilómetros de la frontera con Somalia. El ataque más sangriento de la organización vinculada a Al Qaeda hasta el momento había sido el asalto al centro comercial Westgate, un lugar frecuentado por extranjeros y la clase alta local ubicado en Nairobi, en el que murieron asesinadas 72 personas durante un tiroteo masivo en 2013. La ciudad de Kampala, en Uganda, también fue víctima de un atentado en 2010 durante la final de la Copa del Mundo de fútbol, cuando asesinaron a 79 personas.
La corrupción en las instituciones kenianas se ha extendido por todas partes y parece que nadie puede garantizar una mínima seguridad a la población. Aunque el Gobierno había apostado durante años por trabajar la vía diplomática en vez de la militar, cambió de estrategia en 2011, cuando irrumpió en el país vecino para combatir a los yihadistas de Al Shabaab y crear una zona de seguridad de unos 100 kilómetros. Somalia vive en un estado de inseguridad desde 1991, cuando fue derrocado el dictador Mohamed Siad Barré. Su expulsión dejó al país sin gobierno, en manos de milicias, señores de la guerra y bandas armadas, y donde el sistema judicial basado en la Sharia (la Ley Islámica) se fue extendiendo y llenando el vacío legal.
Al Shabaab empezó a cometer ataques terroristas en Kenia y Uganda como respuesta a la contribución militar de su ejército en Somalia. Desde entonces, las comunidades musulmanas se han sentido marginadas por las fuerzas de seguridad y por la misma población.
Al Qaeda y Al Shabaab han cambiado toda la percepción sobre el Islam
"Es preocupante ver cómo un grupo de lunáticos secuestra toda una doctrina y transforma cada dogma en el que uno cree", sentencia Osman durante una entrevista realizada meses antes de la matanza de Garissa. "Me crié y crecí con el Islam. Soy musulmán y me encanta mi religión, que nunca expresaría que hay que matar a gente inocente. Los terroristas matan a niños, niñas, mujeres y hombres inocentes en nombre de nuestra fe. Pero nuestra doctrina no permite eso. Al Qaeda y Al Shabaab han cambiado toda la percepción sobre el Islam y han puesto a todo el mundo en nuestra contra. Islam es una palabra árabe que significa paz. Ellos tienen otra religión, no tienen nada que ver con el Islam", añade con indignación.
Los kenianos viven aterrados ante la amenaza por parte del grupo terrorista a cometer más ataques si el Gobierno no retira sus tropas de Somalia. Los estudiantes creen que esto es una guerra y que "no hay diálogo posible con los terroristas". Creen que los somalíes deberían regresar a su tierra y dejar Kenia.
"Cuando el Gobierno anunció una ofensiva contra los inmigrantes ilegales en Kenia, que son sospechosos de estar detrás de la ola de actividades terroristas en el país en los últimos tiempos, todos los ojos apuntaron al distrito de Eastleigh, el Pequeño Mogadiscio de Nairobi, que se cree que será el epicentro de la anarquía y el adoctrinamiento religioso rebelde", cuenta Osman."Y aquí, como cualquiera podría esperar, se encontraron con cientos de personas que, o bien no tenían documentos de identidad válidos, o estaban en el país ilegalmente. La mayoría de ellos eran somalíes que se habían colado de algún modo en la capital desde los campos de refugiados en el norte, o directamente de su nación devastada por la guerra. Y entonces empezaron los estereotipos y a señalar con el dedo. Apoyo totalmente las operaciones de seguridad en todo el país y en el barrio de Eastleigh, pero no quiero seguir mirando por encima de mi hombro cada vez que tengo la sensación de cierta conmoción detrás de mí, o soportar esas miradas de desaprobación cuando me subo a un matatu (furgoneta típica de transporte público). Todo el mundo se gira y me mira con sospecha, como si quisiera matarlos. Estoy en mi país y me siento muy mal cuando me pasan estas cosas".
Antes del atentado de Garissa ya se respiraba desconfianza en las calles de Kenia. Y miedo. Todos caminan con ojos en la nuca y atendiendo a cualquier indicio de sospecha. La paranoia se extiende convirtiendo el día a día en una especie de caza de brujas contra los musulmanes y somalíes. "Mi nombre, la forma de mi frente, o la textura de mi pelo no tienen nada que ver con los locos que derraman sangre inocente en nombre de la religión", afirma Osman. No solamente las fuerzas policiales, sino también la gente, empiezan a tomar medidas de protección.
"Mohamed Khalif, un buen amigo mío, entró en un restaurante para ver un partido de fútbol y tomarse un café. Unos segundos después de instalarnos, una camarera se le acercó y fríamente le pidió su documento de identificación, que mi amigo se negó a enseñarle ya que no era un oficial de seguridad. Tuvieron un altercado verbal durante el cual Mohamed trató de convencer a la mujer que no había necesidad de que él demostrara su nacionalidad antes de ser servido y, al final, la camarera se hartó y espetó: usted es un somalí, y eso le hace sospechoso", relata Osman en la sala de un hotel, dónde no se ha librado de algunas miradas de reojo. "Tal vez podría haber evitado todo esto alejándose del restaurante, o mostrándole su DNI. Pero ¿debe hacerlo? Mientras su padre esquiva balas de Al Shabaab en Somalia, donde ha estado refugiado durante los últimos meses, a mi amigo se le pide probar su identidad keniana, su inocencia y su lealtad", critica.
Es preocupante ver cómo un grupo de lunáticos secuestra toda una doctrina y transforma cada dogma en el que uno cree
Osman es estudiante de periodismo. Decidió formarse en comunicación para poder acercar historias de diferentes culturas, poder aprender de ellas. "Muchos de mis amigos provienen de otras tribus. Tengo amigos somalíes, kikuyus, luhya, masai... Tengo amigos de muchas culturas diferentes. Nos queremos y nos respetamos como hermanos. Tengo muchas esperanzas en el futuro. La nueva generación ha tenido un mejor acceso a la educación, y eso siempre ayuda a tener una mayor perspectiva de la realidad".
Osman se muestra agradecido a su familia, que siempre le brindó la oportunidad y el entusiasmo por los estudios. Sus padres no pudieron recibir educación escolar, ya que en esos tiempos no había escuelas en su zona. Su padre, que se dedicó al pastoreo de camellos y cabras, se movió más tarde a la ciudad para que sus hijos tuvieran más posibilidades de elección para su futuro.
Ahora, su futuro queda cuestionado por la situación que se vive en su país, al que ni siquiera puede sentirse arraigado con plena libertad.
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